Reencuentros

  Entre dos personas se tejen hilos invisibles que solo ellas conocen y saben interpretar. Después, cuando uno de los dos se va, quizá porque la señora de la guadaña vino de improviso, a destiempo, y quedaron hilos sueltos que debieron hilvanarse, o tal vez porque todo discurrió con la naturalidad de la luz del candil que se apaga por falta de aceite, siempre hay motivo para el reencuentro.

  Es así como, en la intimidad del cementerio, al visitar a los que se nos fueron, se propicia un recuerdo, un diálogo único y excepcional en el que solo habla uno, pero sabes y deseas que el otro escuche desde el eterno silencio. El cementerio y estos días son facilitadores de ese consolador diálogo, que reconforta y produce una paz interior indescriptible.

  Hace dos años, el 27 de octubre de 2013, ya dediqué #lacoplillasemanal a los fieles difuntos (https://www.tomaslopezlopez.es/?p=862) y mi buen amigo Chama hizo un comentario añadiendo ésta hermosa pieza que recogía Demófilo:

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EL DÍA QUE MI MARE MUERA

NO LE HAGAN NINGÚN ENTIERRO

PORQUE UN CORAZÓN TAN GRANDE

NO CABE EN EL CEMENTERIO.

  Que verdad tan bien condensada. Mi madre tenía un corazón de esos que no cabe en el cementerio. Y mi padre también. Pero allí están.

  El otro día estuve a visitarlos: un paño para limpiar la lápida, unas flores y, mientras tanto, la callada conversación. Una mansa lágrima fue testigo del momento. Volví feliz porque, con ellos, solo de cosas amables y felices puedo hablar. ¡Qué paz!.