210130_06 Cuaderno de notas. Al son de los buñuelos.

En estos tiempos, con la situación que tenemos encima, no es fácil escribir. Mucho que decir, pero difícil que ayude a levantar el ánimo. Y aquí estoy, dudando entre darte una bofetada de realidad o abrigarte el corazón invitándote a bailar mientras comemos unos buñuelos.

Estamos saturados de augurios negros y, quiero pensar, que tú también prefieres buñuelos.

Mañana el baile en mi choza / mi madre va a hacer buñuelos,

eso dicen las muchachas / del Guijo y Raboconejo.

Es receta antigua. Solo hay que ver sus ingredientes -los básicos son harina, agua, leche y huevo- para situarlos en la cocina mediterránea. Catón el Viejo -un romano del siglo II- incluía una receta de buñuelos en su libro De Agri Cultura, en la que también añadía queso y proponía untarlos con miel y semillas de amapola para servirlos.

Los que hacen en Caballón -es decir, al estilo tradicional de Valverde del Camino- son peculiares. No son redondos, de viento, sino aplanados cual tortilla aunque se cuelen algunas burbujas de aire.

Aldea de Caballón (Niebla)

Aldea de Caballón (Niebla)

De antiguo, como dice la seguidilla, las madres o las abuelas hacían los buñuelos para animar el estómago durante los bailes de las chozas que hacían en el Guijo, Raboconejo, Caballón, Candón, o cualquiera de las aldeas que fundaron y ocuparon aquellos intrépidos valverdeños en los Baldíos de Niebla. O en la encalada choza de la Marta, que reza la copla

En la choza de la Marta / se canta y se baila bien

pero hay que tener cuidado / con no esconchá la paré.

Los hombres andaban toda la semana dispersos por cualquier rincón de los Baldíos afanados en las labores agrícolas y ganaderas, pero, el domingo, tocaba baile. Acudían como abejas a la flor. Daba igual en qué choza. El baile, era el único entretenimiento, el que propiciaba el encuentro para que funcionara la fragua de Cupido.

Yo no tengo mis amores / ni en Candón ni en la Peñuela;

los tengo en Raboconejo / en una cara morena.

La seguidilla castellana visitó Sevilla, se aclimató, la invitaron a quedarse y la hicieron suya. Así surgieron esas sevillanas antiguas, bailables, que se fueron extendiendo por toda la tierra llana del reino a través de los intercambios comerciales, fiestas, ferias, romerías…  Y así llegaron a estos lugares perdidos de los Baldíos de Niebla y Valverde, donde siempre habitó la alegría, el amor y el gusto musical.

De todas las mujeres / que están presentes 

la que a mí más me gusta / la tengo enfrente.

Me he equivocao; / la que a mi más me gusta / la tengo al lao.

Míralá cara a cara, / mírala tonto:

tú te mueres por ella / y ella por otro.

¡Cuánto te quiero!  /  Poquito por si acaso  /   me olvidas luego.

Con la luz del cigarro / voy a tu choza;

se me apagó el cigarro / perdí la trocha.

Quiéreme que tengo cabras / y también tengo cochinos

y en la Fuente de la Corcha / tengo colmenas y olivos.

Cuando investigaba para el libro A compás de palmas (Sevillanas tradicionales de Valverde del Camino), la gente mayor me cantaron muchas de estas sevillanas, pero ahora no tengo a manos las grabaciones. Otro día te las pongo. Hoy, te dejo con esta sevillana suelta, despicada, una pincelada que el maestro Manuel Pareja Obregón dedicó a Los baldíos. Sujétate los pies, no salgan a bailar.