29_210612 Cuaderno de notas. Ronda

Cruzamos Sevilla -soportando las retenciones del Puente del Quinto Centenario y la SE-30- y, dejando atrás la Ciudad Deportiva del Sevilla, la Pablo Olavide y Montequinto, nos dirigimos hacia Utrera.

Utrera en una ciudad con arte. Del que se ve -Castillo, Palacio de Vistahermosa, Arco de la Villa, Santuario de la Virgen de la Consolación, Iglesia de Santa María, Judería…- y del que no se ve, pero se siente: cantaores, toreros, futbolistas… A pesar de ello, lo tomamos como un lugar de paso. Nunca parece buen momento para detenerse. Lo dejamos a la izquierda y seguimos. 

La tierra llana está vestida de girasoles y trigo seco. En estos días las cosechadoras no paran. Vemos varias de ellas. Yo, por un momento, recuerdo la siega y la trilla de otros tiempos y recuerdo una de esas coplillas que se cantaban en la era: Para trillar con bestias / pa arar con bueyes; / para dormir a gusto / con las mujeres. Una sentencia de otro tiempo de la que, ahora ya, quedaron caducos todos sus versos. 

Lentamente el paisaje empieza a modelarse con suaves montañas, que se adivinan fruto de la erosión y la mano del hombre. El Coronil, Montellano, Puerto Serrano… Cuando aparece la torre Zahara de la Sierra, ya es eso, plena sierra. Su embalse tiene unos tonos que recuerda los increíbles colores del sulfuroso pantano de Riotinto. 

Las carreteras, sus curvas y firme, no hace honor a la belleza del entorno y hermosos pueblos. Para ir a Setenil de las Bodegas -allí, bajo la enorme mole de piedra se desayuna de lujo, te recomiendo le pongas a la tostada aceite del lugar- hay que enfrentarse a carreteras estrechas, con mal firme y las curvas que estás pensando. Algo parecido sucede con Olvera o si te acercas a Grazalema. Pero todo lo compensa el paisaje y el objetivo final: Ronda.

Tierra de bandoleros y toreros, allí se conjugan leyendas populares, la sublime huella de la Naturaleza en el Tajo, hermosos monumentos, miradores inigualables y, por supuesto, su historia que se condensa en tres puentes: abajo, el árabe, junto a los baños y yacimientos arqueológicos; el que llaman «Viejo», de época medieval; y el Puente Nuevo, una soberbia y espeluznante construcción sobre el Río Guadalevín que une las dos «Rondas». 

 

Como dijo Marqués de Custine (1831) «Toda mi vida me perseguirá ya la visión de Ronda. Su Puente, levitando entre el cielo y el averno, sus aguas abismadas, sus montañas barnizadas de ocre y humo, sus hombres tostados como su tierra: ese fantástico recuerdo será eterno gozo de mis noches en vela.” 

Aunque siempre hay que considerar los lastres que la vida coloca en tu alma, en cualquier viaje de placer, para gozarlo, se requieren varios ingredientes básicos: salud, que por lo pronto respeta; espíritu abierto, estar dispuesto a romper con la hermosa rutina -alguien decía que «de cuando en cuando hay que salir de viaje para saber lo bien que se está en casa»-; y buena compañía, en este caso inmejorable -imagina cómo será, que aunque escribo yo, empiezo hablando en plural-.

Pasear, observar, hablar con la gente y, desde luego, degustar. Si vas por allí, no dejes de pedirte un «cabrito rondeño» y acompañarlo con una ensalada de tomate rosa con ventresca. Riégalo con una copita de la Encina del Inglés, y ya me cuentas. 

Esta rondeña la dedico al amigo Pepe Morales. No pude acercarme a verlo, aunque ganas no me faltaron. Otra vez.