SUTILEZAS DEL ATARDECER

30 de agosto de 2017. Playa del Parador, Mazagón.

   …Y las gotas de agua de este mar ¿se podrán contar? ¿Habrá entre ellas lágrimas de marineros, de sirenas, de peces…? ¿Lloran los peces?

   Y los granos de arena de esta playa ¿de dónde vienen y cómo llegaron? ¿Contarán las olas las apasionantes aventuras de cada una de estas conchas que recogieron, hicieron viajar no sé por dónde, ni cómo, y, luego –como si de una travesura infantil se tratara-, ya desgastadas, depositan con ternura, meciéndolas con mimo hasta quedar ancladas a la playa, aquí en la orilla, a mis pies?

   Y esta brisa que me roza ¿sigue, no para, continúa buscando rostros de terciopelo a los que acariciar y luego, un día –remoto-, quizá pase de nuevo por aquí o vuelva a besar mi piel en otro lugar, en otro tiempo?

   ¿Y este atardecer se va y no podré verlo más, no vuelve nunca? ¿Habrá pintores de mareas? ¿No hay dos olas iguales? ¿Se vestirán de fiesta los peces? Ese rayo de sol que se filtra por la rendija del ala de mi sombrero ¿es el mismo que el de ayer?

   ¿Y quedarán aquí, sobre este mar de granos, huellas de los besos que los amantes, en la orilla, tendidos sobre la fina arena, rebozados en pasión y ternura, se dieron cualquier tarde de estío? ¿Hay un libro de emociones y sentimientos, hecho con hojas de arena sobre las que escribe el viento? ¿Dónde está la escuela en la que enseñan a leerlos?

   Y las palabras de las conversaciones que en los plácidos paseos –pies mojados por olas con cresta de espuma que, consciente y acompasádamente, se alternan para extender un manto de reflejos paradisíacos- ¿quedan recogidas en algún sitio? ¿Aquí no llega Google…?