COLORES OTOÑALES

  Oí hablar de frío, escasez de luz, de noches largas y días cortos, letargo, transición, ocaso… Y yo, mientras escuchaba, pensaba en el entorno de la chimenea, el calor de la candela, los matices de cada llama, las mil tonalidades ocres de las hojas de los árboles, en paz interior, renovación natural, sosiego… El otoño es como la vida misma, cada uno lo ve con las gafas que decide verlo.

  Hoy me he dedicado la mañana a mí. He paseado por el huerto: ciruelos desnudos, níspero en flor, membrilleros en tránsito, la parra –dueña de un gran espacio, señorona- empezando a desnudarse, los naranjos cargados de racimos de naranjas, el despistado peral -¿con flores en este tiempo, pero qué está pasando?- y aburridas cebollas que no tienen claro si crecer o dejarlo. He gozado del momento de cada árbol, de cada planta, de su equilibrio.

  Luego, taza de café en mano, me he sentado en uno de los bancos, de espalda a las tinajas, y he contemplado el damasco. Ese rincón del damasco, junto al limonero –ahora con las ramas vencidas del peso-, el algarrobo y las macetas, en esta época otoñal, despierta los sentidos y da sosiego al alma. Ese rincón, no lo cambio por casi nada.

  Junto a la buganvilla, a los rosales ya le van cuajado las primeras rosas. Siempre los podo pronto para disfrutar de las estiradas y exclusivas rosas de otoño. He cortado una y la he envuelto en amor; la he buscado por la casa y se la he dado a ella. Me ha regalado una sonrisa y un beso.

  Hablan de Ana, la borrasca, de la ciclogénesis explosiva… El día pinta gris otoñal; mi corazón y mis sentidos, de mil colores.