A PROPÓSITO DEL CARNAVAL… (V)

EL ESPÍRITU CARNAVALESCO (I)

EL CARNAVAL EN HUELVA Y SU PROVINCIA (II)

EL CARNAVAL EN VALVERDE EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX. PELACHINGO (III)

EL FOLCLORE MUSICAL DEL CARNAVAL MAROCHO (IV)

VALVERDE: EL CARNAVAL EN EL CAMPO (V)

  El último Carnaval que se celebró, antes de la dictadura franquista, fue el de 1936. Cuando asomaba el de 1937[1], Luís Valdés, Gobernador General del Estado, en “atención a las circunstancias especiales por que atraviesa el país (…) este Go­bierno Civil ha resuelto suspender en absoluto las fiestas de Carnaval”[2]El 12 de enero de 1938, se dictó una nueva orden manteniendo definitivamente la prohibición.

Carnavales en el campo. 3 de marzo de 1935. La foto ha sido entregada por José Luis Arroyo Salguero y pertenece a sus padres que aparecen en ella. José Luis ha hablado con Alfonso Parreño Batanero y cree que la casa que aparece detrás puede ser la Venta Eligio. En ella aparece una bandera republicana y junta a ella un hombre que la coge con el puño izquierdo en alto, según la hipotesis de Alfonso Parreño puede ser un tal Camacho que era muy izquierdista. En ella sólo se reconocen claramente a 3 personas aunque a las otras se puede sacar por la otra fotografía de esta serie que está tomada el mismo día. Detrás de izquierda a derecha Camacho (no seguro), si y Paco Arroyo. Sentados delante Federico Arroyo, Carmen Salguero (padres de José Luis Arroyo Salguero), si, Amelia (mujer de Emilio Romero ?Rada? autor de la fotografía), Petra (mujer de Silverio Arrayás ?Cané?), si y si (estas dos últimas eran dos obreras del campo y no eran de Valverde). En el suelo con el saxofón sin identificar y al otro lado de la mesa Silverio Arrayás Cané. (Texto y fotografía de www.esvalverde.com)

  En Valverde del Camino, sin embargo, la prohibición no llegó a consumarse en su totalidad y, aunque de otra manera, el Carnaval siguió celebrándose. Continuaron los bailes en el Casino Obrero, El Recreo, Bar Republicano, El Católico y La Goya, y, sobre todo, el Carnaval siguió vivo en la intimidad de las casas de campo y en las aldeas próximas (Raboconejo, Navahermosa, Fuente de la Corcha, La Piñuela…)[3].

  Los bailes de La Goya[4], -quizá para simular o buscar normalidad tras la contienda-, siguieron celebrándose durante los años de posguerra y hasta el cierre de este emblemático casino, ya en la década de los cincuenta. Además de los domingos y días festivos, durante todos estos años, hubo baile los lunes y martes de Carnaval[5]. Así, aunque sin disfraz, huérfano de coplas y crítica, y mediante el pago de la correspon-diente entrada, el lunes y martes de Carnaval, los Hijos de Facanías mantenían vivo el recuerdo de la fiesta.

  La costumbre de pasar las fiestas en cortijos y casas de campo en Valverde del Camino es anterior a la prohibición del Carnaval de 1937. De hecho, estas reuniones eran uno de los focos en los que se propiciaba el desarrollo del folklore musical tradicional de los Hijos de Facanías: habaneras, fandanguillos, sevillanas… En casi todas las casas había guitarra, una garrafa de vino y predisposición favorable a la diversión junto a amigos y familiares. Y en Carnaval también. Nuevamente recurro a “Valverde a través de la fotografía”, de Ramírez Copeiro, para evidenciar esta circunstancia. Se trata de una imagen en la que aparece un grupo de personas vestidas de Carnaval en Los Pinos, en el Cuco Nuevo, en 1935[6].

  Así, teniendo en consideración que los años de la Guerra Civil y posguerra fueron duros en Valverde –como en todas partes-, y no andaba el ambiente para fiestas, los Hijos de Facanías mantuvieron la costumbre del baile e ir al campo y, a medida que se desperezaba la Dictadura y se asumía como una inevitable normalidad, en las casas de campo se siguió celebrando el Carnaval.

 De Raboconejo vengo

de pasar los carnavales,

con Pepe el de la Cigüeña

nieto de Tomás Lagares.

En el Concurso Local de Carnaval del año 2000, la comparsa “El Victoria”, de la Peña Amanecer, dedicó un pasodoble a los años cuarenta. Esta es su letra:

Allá en el año 40 también hubo carnavales,

carnavales diferentes, carnavales medicina

para curarse los males.

No había puestas en escena, tampoco un presentador,

se cantaba en las buhardillas y al terminar las coplillas

le daban gracias a Dios.

Tampoco había pasodoble ni una noche de actuación,

ni un público que aplaudiera, ni un jurado que dijera

que tú habías sido el mejor.

Se aprendió a cantá bajito, no nos fuéramos a ver

terminando las coplillas con las manos ya caídas

y la espalda en la pared.

Pa maquillarse un corchito tizón,

para ensayar no existía un salón,

no había coros ni segundas, ni un Febrero de ilusión.

Con dos trapitos mal puestos ¡ya está!,

ya se tenía bien hecho un disfraz.

¡Ay! recuerdo cuando se abre el telón,

se recuerda quién primero cantó.

Sin guitarras, sin aplausos y sin afición,

y para colmo de premio… una noche en el “cajón”.[7]

   Primero fue el “vestirse de bobo” en la intimidad familiar, luego se pasó a visitar las casas de otros amigos, y con el paso de los años se normalizó. A ello contribuyó el empuje popular y la visión de algunas autoridades locales que estimaron que los Hijos de Facanías “saben que no procura un libertinaje real, sino solamente una sensación de libertinaje”. Es el caso de Ricardo Olivós Arroyo, que ya en 1974 decía[8]:

“Quizá el Carnaval resulte mucho más necesario de lo que podemos suponer, para mantener nuestro equilibrio emocional. Suprimir una fiesta tan antigua y arraigada, que debió tener causas poderosas para nacer e imponerse, quizá sea obrar con ligereza.

Los valverdeños se han dado cuenta de que es necesario y de que no resulta peligroso. Saben que no procura un libertinaje real, sino solamente una sensación de libertinaje; la creencia de que todo puede pasar. Y esa seguridad del espíritu es lo suficiente para que no pase nada. Por eso en Valverde se celebra el Carnaval, cumpliendo la ley que prohíbe festejarlo. Para esto se marchan del pueblo y se dispersan por los caminos, hasta llegar a las casas de campo que aparecen al final de los mismos. En cuanto ponen la garrafa en el llano, empieza la fiesta; una fiesta que no se va a interrumpir en unos días. El pueblo parece en esos días abandonado, hueco, como una caja de resonancia que quisiera mandar hasta los campos el saludo cordial de sus campanas. Y en los campos el rito del disfraz se sigue cumpliendo religiosamente con un corcho chamuscado en la candela que llena de patillas y bigotes a todos los oficiantes. (…)”

  Un elemento que favoreció mucho el Carnaval de campo fue el tren. Aunque el objeto principal de la creación de la línea férrea que pasaba por Valverde del Camino era el transporte de mineral a San Juan del Puerto[9], siempre se compatibilizó con el traslado de viajeros. En el trayecto entre Valverde y Beas existían tres apeaderos: El Cuervo, Venta Eligio y Pallares. Durante la década de los cincuenta y sesenta, hasta su cierre definitivo[10] en abril de 1969, el tren era utilizado de manera especial durante el Carnaval como medio para trasladarse al campo.

Ya pusieron el tren

¡ay! qué alegría,

podemos ir a Los Pinos

todos los días.

 Las camionetas,

ya bien se pueden ir

a hacer puñeta.[11]

  Los días del Carnaval el tren iba completamente lleno. Tal era así que, en las suaves cuestas, la gente se bajaba para aligerarlo de peso y caminaba junto a él hasta que se recuperaba y volvían a montarse. Pandillas enteras de amigos y gremios iban por la mañana y luego volvían por la noche.

 En el número de la revista Facanías de diciembre de 1973, José Antonio Arroyo Villadeamigo escribe un artículo titulado “Ocurrió un martes de Carnaval”. El objeto era aportar la palabra “chafle” al “diccionario de Valverde”, que por entonces era una sección habitual de la revista, pero en la narración retrata bien los hábitos de los Hijos de Facanías en Carnavales y la utilización del tren. Lo reproduzco seguidamente:

“Recordando los antiguos Carnavales de Valverde, se me viene a la memoria  un caso que por su ingenuidad lo considero digno de ponerlo en las columnas de Facanías ya que en el “Diccionario de Valverde” cabe la palabra que protagoniza esta historia.

Del taller del Ferrocarril de Buitrón, salimos muchos de “la tuerca” a pasar los Carnavales a “Los Pinos” (Los Cucos), Fuente de la Corcha, “Raboconejo”, “Navahermosa”, etc., siempre en grupos de ferroviarios, y se pasaban unos días extraordinarios, desde el sábado tarde hasta el regreso el Miércoles de Ceniza.

Recuerdo que mi hermano Jesús (q.e.p.d.), en unión de varios compañeros más del Taller, se establecieron en “El Cuco” para pasar estas fiestas, y el martes por la mañana decidieron hacer un paseo, todos uniformados con los monos azules de trabajo, a la “Fuente de la Corcha”. Iban provistos de los “pitos de caña” alegrando con cantes el desfile por aquellos caminos. Parecía una bandada de mecánicos con su orquesta al frente, que eran invitados con vinos y aguardientes a su paso, por aquellos vecinos dispersados por las casas de campo.

Al llegar a una de aquellas casas, una mujer y sus hijos salieron a contemplar el desfile de los mecánicos, con la alegría que iban despertando con la “música de cana” y como quiera que fueron obsequiados por aquella señora con “pucheros” de aguardiente, le hizo a uno de ellos la siguiente pregunta:”Maestro, ¿usted es “chafle” (chofer)? Porque hay que ver la lata que esta noche me ha dado el carburo…” .

  Y así era. Toda la gente que tenía casa se marchaba al campo y la que no, se arrimaba a familiares y amigos. Otros iban cada mañana en el tren y volvían por la noche. El campo era una fiesta, un deambular continuo de casa en casa, vestidos de bobos, cantando y bebiendo. Vino, aguardiente, dulces de todas clases, habas enzapatás, picadillos, carne…

Lo divino es lo divino.

Son más ricos los manjares

y hasta el vino es mejor vino

entre los verdes pinares

del Valverde del Camino.[12]

  En estas fechas se producía la marcación de los quintos de Beas. Entre las actividades que realizaban para su festejo estaba la visita al Carnaval de campo de Valverde. Venían en el tren el Miércoles de Ceniza y se hacían notar. Portando unos madroños de colores, que colgaban mediante cintas de los dedos de sus manos, cantaban, bebían y pintaban la cara de las muchachas con corchos quemados y polvos azules de añil. Restos de antiguos rituales[13] que se perdieron en el silencio de los tiempos.


NOTAS:

[1] La orden se firmó el 2 de febrero de  1937 y los días 5 y 6 de febrero se difundió en todos los diarios del país.

[2] La orden en su totalidad está incluida en el documento 13.

[3] Todas ellas con origen en asentamientos de Hijos de Facanías, aunque pertenezcan a términos municipales de municipios próximos.

[4] Estos bailes eran amenizados por Antonio Domínguez  (conocido popularmente como Antonio FC por su gran afición al fútbol como seguidor del Sevilla FC), Juan Almeida e Ildefonso Calero (saxo, batería y piano). Por estos tiempos existían en Valverde otras dos orquestas: “Flor” formada por Francisco García (contrabajo), José Fernández (saxo alto), Gregorio Alcaría (violín), Salvador Mora, Antonio Rico (saxo tenor) y José Manuel Santos; y “Calero” que la integraban Antonio Calero, Manuel Almeida, Isidoro Sánchez y Juan Batanero. De estas orquestas nos quedó registro en el magnífico trabajo de RICO PÉREZ “Valverde en sepia” (Lámina 61).

[5] Entrevista personal a Ángeles Contioso Girol, hija de Francisco Contioso Arrayás (El Cano), hermano de Reposo, dueña de La Goya. El Cano fue camarero en La Goya hasta su muerte en la década de los cuarenta.

[6] COPEIRO II. Pág. 254.

[7] AMANECER. Pasodoble “Allá en los años 40”, comparsa “El Victoria” (2000).

[8] FACANÍAS. Nº 10, de febrero de 1974. Artículo “El Carnaval” de Ricardo Olivós.

[9] COPEIRO I. Pág. 51 y posteriores.

[10] 15 de abril de 1969 para viajeros y 15 días después, el 30, su cierre definitivo.

[11] Me la cantó Dolores Arroyo Becerro, quien me informa que la compuso Ildefonso Valero un día que el tren trasladaba a los pasajeros gratis hasta Los Pinos con motivo del Carnaval.

[12] FACANÍAS. Nº 19, de noviembre de 1974. Artículo de Lorenzo Molero Bueno en el que presenta “Fandanguillos para  un pueblo”.

[13] MARTÍN DÍAZ. “Por último hablaremos de un rito muy genuino de Bollullos, que hemos denominado la Tizná. (…) El hombre que iba en busca de una muchacha para pintarla, y veía que ella lo consentía, había noviazgo seguro. (…) La Tizná consistía, por tanto, en la mancha de un hombre hacia la cara de una mujer, aprovechando el descuido de ella. La Tizná reproduce una ceremonia ancestral, un antiguo rito erótico-sexual, donde el objeto de la acción del varón no es pintar a la doncella sino acariciarla y, de paso, calibrar el grado de aceptación de ella a una hipotética relación de pareja. (…)”