A PROPÓSITO DEL CARNAVAL… (II)

 IR A PRIMERA PARTE: EL ESPÍRITU CARNAVALESCO (I)

SEGUNDA PARTE: EL CARNAVAL EN HUELVA Y LA PROVINCIA (II)

  Las primeras manifestaciones carnavalescas en la provincia de Huelva se dieron en Isla Cristina a finales del siglo XVIII [1], llegadas de la mano de una colonia de pescadores y comerciantes catalanes que se instalaron en “La Higuerita”. Un siglo después, se constata su celebración en todos los pueblos de la provincia. De Huelva, con desmedido patriotismos, dice Martínez Navarro que “Con respecto a España destacan los carnavales de Madrid y los de Huelva donde era una llama inacabable de goces. En la ciudad andaluza estos festejos alcanzan, en el periodo comprendido entre 1885 y 1936 un lujo inalcanzable para cualquier otra ciudad española…”.[2]

Huelva. Finales del XIX.

  Los Carnavales de Huelva fueron muy importantes. Los concursos empezaron en 1902, aunque mucho después que en Cádiz, que venían celebrándose desde 1865[3]. Según Ramos Santana «Ya en 1821, gracias a una noticia aparecida en el Diario Mercantil, conocemos en Cádiz «cuadrillas de hombres y mujeres, que disfrazados de varios modos recorrían las calles entonando canciones del país y patrióticas», unas «cantando con acompañamiento de guitarras y castañuelas», y otra de gallegos, bailando al son de la gaita. En los años ochenta del XIX, tanto en Huelva como en Cádiz, el uso del término comparsa va quedando reducido a su acepción de agrupaciones musicales de carnaval, entonces ya configurada como una de las manifestaciones más habituales de la fiesta y la más persistente a lo largo de los años. Son numerosos los grupos de gente disfrazadas cantando canciones, y algunas se organizaban con sus respectivas músicas con guitarras, panderetas, bombos o platillos (Ramos Santana 1985)».

  El Carnaval se convirtió en la fiesta de mayor arraigo popular en todos los lugares y también de los pueblos de la provincia de Huelva. En el Cancionero y Tradiciones de Encinasola[3] dediqué un capítulo al Carnaval analizando sus características en Encinasola y en otros pueblos de la Sierra de Huelva, constatando su grandeza y esplendor desde 1860 a 1936.

   En Encinasola se iniciaba cada 20 de enero con el ritual de Las Correderitas -a las que dediqué el el mes pasado la coplilla semanal «San Sebastián y las Correderitas»-, consistente en salir a bailar en corro a las plazas, esquinas y ensanches de las calles del pueblo.

  La expresión musical más característica, la primera canción que cantaban todos los mozos y mozas formando la rueda, era la que en Encinasola conocemos como La Correderita. Por fortuna fue grabada en los años setenta para el programa de Televisión Española “Raíces” que dirigía Manuel Garrido Palacios. Fueron Rosalía Gómez y D. Eladio Carvajo los que se encargaron de reunir a un grupo de jóvenes para que recrearan el ritual. Soy consciente de que el vídeo llama más la atención por las personas que aparecen en él y su juventud, que por el tema musical, pero éste es otra joya del folclore musical marocho.

 Las Correderitas eran el inicio del Carnaval. A partir de esta fecha se iniciaban los preparativos para la más grande de las fiestas marochas de finales del s. XIX y primer tercio del XX.

  Paralelamente al discurrir de Las Correderitas, otra costumbre era la de Los Cacos y las pegas» (La coplilla semanal 29 de enero de 2016). Los cacos eran bromas que consistían en tirar en las casas de los demás algún tipo de objeto o materia que provocase la ira de sus ocupantes.  La pegas -quizá la versión femenina de los cacos- eran bromas similares, pero muy diferentes: no se ensuciaban las paredes, ni el suelo, ni los enseres próximos a la entrada… Las pegas consistían en vociferar en la puerta de la casa señalada un ripio, una expresión que pretendía molestar y ofender, pero sin mucho fundamento.

  En Valverde del Camino, en los Autos de Buen Gobierno de 1799[4] y posteriores, encontré una referencia que, sin mencionar el Carnaval, apuntaba a su corazón; en el apartado 5 de estos Autos dice que “Se prohíbe absolutamente el componer y cantar coplas deshonestas, infamatorias y mal sonantes, como igualmente escribir o fijar cédulas, pasquines o papeles denigrativos y perjudiciales a la estimación del particular o gobierno público bajo las vigorosas penas establecidas por la autoridad de diez días de cárcel y multa de ocho ducados” [5].

Ya en el último tercio del siglo XIX, sí encontré una referencia expresa al Carnaval valverdeño. En el “Proyecto de Ordenanzas Municipales de 1877”[6]en su título 1º, dedica el capítulo 4º a “Festividades populares”. Este capítulo se estructura en 12 artículos[7], de los que los diez primeros están dedicados al Carnaval, lo cual pondera su importancia respecto al resto de las fiestas. Considero de interés reproducirlos, porque su contenido nos aproxima al marco en el que se desarrollaba: se regula aquello que se acostumbra a transgredir de forma habitual o con cierta frecuencia. Hay que considerar que, en general, las normas se establecen con posterioridad a que se hayan sobrepasado los límites que la autoridad estima como lógicos en los asuntos regulados. Estos son los artículos dedicados al Carnaval:

  De su lectura se pueden extraer varias conclusiones: había Carnaval de calle; el disfraz era habitual; se organizaban bailes públicos gratis y de pago; había “funciones” en el teatro -lleno a reventar-, permitiéndose “la repetición de algún trozo o escena”; la“compostura y la decencia” no siempre se guardaba y, por ello, se expulsaba a personas del teatro y se les sancionaba con multas; y un detalle muy significativo: el respeto al anonimato, el derecho a no ser “desenmascarado” establecido en el artículo 20: “Sólo las autoridades y sus dependientes podrán obligar a quitarse la careta a las personas que hubiesen cometido algunas faltas…”. Con todo ello, resulta evidente que los vaverdeños no empezaron a celebrar el Carnaval ese mismo año; la reglamentación revela que la fiesta contaba con un bagaje de muchos años de celebración y estaba arraigada en la sociedad valverdeña.

  Trece años después, en el “Proyecto de Ordenanzas Municipales” correspondiente a 1890[8], se regulan las “fiestas populares” en un capítulo, en la misma línea que en las de 1877, pero el artículo 26 dice: “En los tres días de Carnaval, se permitirá andar por las calles con disfraz, careta o máscara, pero queda prohibido el uso de vestiduras de Ministros de la Religión”. Así pues, a la fiesta se dedicaban “tres días” que eran el domingo, lunes y martes, para desembocar en la Cuaresma:

Miércoles de Ceniza,

que triste vienes,

con los cuarenta y seis días,

que detrás tienes.

  Otro artículo de estas ordenanzas también aporta información relevante: “Quedan prohibidos los disfraces y máscaras pasados los tres días del Carnaval, si bien serán toleradas quince o veinte días antes, o cualquier día que quieran formar un baile de los llamados de trajes o máscaras previo permiso de la autoridad, pero de ningún modo serán permitidos los días de Cuaresma o Semana Santa, excepto el Domingo de Piñata que podrá tolerarlo la autoridad. Los contraventores podrán ser multados…”.[9]

  Que los disfraces o máscaras fueran “toleradas quince o veinte días antes[10] lleva a pensar en la lógica preparación de murgas, comparsas y chirigotas con la suficiente antelación. También da cabida, -desde finales del siglo XIX hasta que se apagó la luz en 1936-, a los denominados “jueves de comadre” y “jueves de compadre”, los dos jueves anteriores al Miércoles de Ceniza, de cuya celebración aún guardan recuerdo los Hijos de Facanías más mayores. Consistía en un baile en el que las parejas se formaban mediante un sorteo consistente en introducir en un sombrero papeletas con el nombre de las mujeres que participaban, y en otro el de los hombres. El jueves de comadres se sacaban papeles de uno y otro y se iban emparejando para el baile. El resultado se veía el jueves de compadres: si la pareja cuajaba o se concedían otra oportunidad, no participaban en la suerte de los sombreros y continuaban como pareja de baile; si por el contrario uno de los dos no estaba conforme, metía su nombre en el sombrero y probaba suerte de nuevo. Cupido tiene mil formas de mostrarse. Otra ocasión para el noviazgo.

Ya vienen los carnavales

la feria de las mujeres

y la que no encuentre novio,

que espere al año que viene.

Y a disfrutar del baile que,

Por un besito, ni dos,

ni tres, ni cuatro, ni un ciento,

la mujer no pierde nada

y el hombre se va contento.[11]


NOTAS:

[1] BIEDMA VISO. Pág. 688.

[2] MARTÍNEZ NAVARRO. Pág.14.

[3] RAMOS SANTANA, A. (2002). El Carnaval Secuestrado o Historia del Carnaval. Cádiz, Quorum Editores.

[3] LÓPEZ LÓPEZ I. Pág. 115 a 130.

[4] AMVC. Legajo 66. Autos de Buen Gobierno. 9 de mayo de 1799. Consta de 15 puntos.

[5] En los Autos de Buen Gobierno del año 1804, sólo se cambia que las multas serán de “tres ducados y tres días de cárcel”.

[6] AMVC. Legajo 66. “Proyecto de Ordenanza Municipal” de 3 de agosto de 1877.

[7] Los artículos comprendidos entre el 18 y el 29.

[8] AMVC. Legajo 66. “Proyecto de Ordenanza Municipal” de 23 de diciembre de 1890.

[9] AMVC. Legajo 66. “Proyecto de Ordenanza Municipal” de 23 de diciembre de 1890. Artículo 29.

[10] En muchos pueblos se constata la existencia de rituales preparatorios del Carnaval, asunto que analicé en Cancionero y Tradiciones de Encinasola. En Encinasola desde el 20 de enero (San Sebastián) se iniciaban “Las Correderitas” a las que dediqué el capítulo “Esperando el antruejo” (LÓPEZ LÓPEZ I. Pág.99). También en los pueblos del Condado de Huelva era frecuente “el juego del columpio, donde los jóvenes mecían eróticamente a las muchachas, se iniciaba el día de san Sebastián (…)”  (MARTÍN DÍAZ. Pag. 46)

[11] Me la cantó Dolores Moreno Luque. En Encinasola el último verso es “y el hombre queda contento”.

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