EMOCIONES FUERTES

  La gente que te conoce y te quiere, sabe de tus debilidades y está al corriente del origen del manantial de tus emociones. Por eso me regalaron –dos, para compartir- entradas a un concierto de Serrat en el Foro Iberoamericano de La Rábida.

  Una maravilla porque a Serrat, que lleva su crepúsculo con orden -como a mí me gustan las cosas-, le basta con que suenen unos acordes de cualquiera de sus temas y abrir la boca, para que se desate un revuelo de sentimientos y recuerdos –huellas pulcras de la vida-, que te rejuvenecen y trasportan a otro tiempo. Y aparecen así esos momentos escondidos en los pliegues de las arrugas de la piel, que aprovechan ocasiones como éstas para decir “aquí estamos; dormidas, pero estamos”.

  Los benefactores de las entradas no sabían del repertorio del concierto, ni mucho menos. No sospechaban que empezaba con los diez temas del LP de Mediterráneo, la música que durante todo un curso ponían, antes de dormir cada noche, en la Residencia Escolar cuando estudiaba en Fregenal de la Sierra. Sé, conozco y recuerdo cada palabra de sus letras, cada nota de sus melodías. Cada una de sus canciones son puertas abiertas a inmensos mundos sensoriales.

  Me reencontré con aquel Mediterráneo romántico y placentero, hoy tumba y barrera de valientes buscadores de pan y paz para sus familias, obligados a acometerlo a lo bestia, como última opción vital. Esta forma, nada tiene que ver con la de nuestra  gente en otra época, cuando emigraban a Alemania: un enorme sacrifico alejarse de la familia, enfrentarse a un nuevo idioma, una nueva cultura, pero con orden, eso que decía antes que a mi tanto me gusta, en todo.

  Y en ese mar en medio de la tierra, como lo definía Serrat, me encontré con aquel Tío Alberto al que en el “final del camino le esperó la sombra fresca de una piel dulce de veinte años, donde olvidar los desengaños de diez lustros de amor” y con Aquellas pequeñas cosasque nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón” o la canción con alas para Lucía preguntándose uno, de nuevo, si es verdad que “no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí…”, El barquito de papel de aquellos tiempos “cuando el canal era un río, cuando el estanque era el mar”, que luego nos llevó a la rebeldía de Vagabundearentre el cielo y el mar”, en donde cabalgaba Don Quijote “por la manchega llanura”.

  Mi pueblo, Encinasola, blanco, “a fuerza de no ver nunca el mar, también, se olvidó de llorar” y por el que quizá, como por el de Serrat, solo pasó “el olvido”. Seguramente yo, pronto, coja “mi mula, mi hembra y mi arreo”, pero para tomar el camino de regreso.

  La mujer que yo quería, y quiero, estaba a mi lado, desde aquellos tiempos “me ató a su yunta pero, por favor, no se lo digáis nunca”.

  Claro, a lo largo del concierto, pensé en momentos en los que el nido fue quedando vacío y me preguntaba “¿Qué va ser de ti, -de ellos- lejos de casa…?” Pero ya tengo la respuesta: que crecen, se hacen fuertes, se desarrollan, alguno se multiplica y, un día, te regalan entradas para un concierto de Serrat. Porque conocen mis debilidades y están al corriente del origen del manantial de mis emociones.

  ¡Ah! El resto del concierto, una maravilla, y el sentido del humor y la ironía de Serrat, magistrales.

 

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