Tosantos bendito, una jara y un leñito.

En otros tiempos, durante la segunda quincena de octubre andaban los monaguillos pidiendo por las calles para conseguir leña y comida con la que enfrentarse a la Noche de Tosantos. Esta tradición se perdió en Encinasola cuando se acercaban los años cincuenta. La noche de Tosantos las campanas permanecían  repicando desde el anochecer hasta que amanecía. Los encargados de tan ruidosa actividad eran los monaguillos que, para calentarse, mantenían una enorme candela encendida en el campanario de la torre de la iglesia durante toda la noche y en la que hacían unas migas. Por eso, desde mediados de octubre, parihuelas en mano, iban por las calles recorriendo el pueblo, agitando una esquila y gritando

Tosantos bendito,

una jara y un leñito

y al oírles, la gente salía a la puerta y les daban leña y comida. Manuel Ojeda, en un artículo que incluí en el libro Cancionero y tradiciones de Encinasola, describe esta tradición desde su óptica de monaguillo y donde además recoge el calendario festivo religioso del mes de noviembre.

La noche anterior al uno de noviembre, Tosantos, Encinasola era una fiesta. Se organizaban los tostadores de castañas, seguido de juegos y baile. Una ocasión más para que la gente, que entonces poblaba los campos, dejase la faena y se reuniera en la Villa. Otra oportunidad al amor, un nuevo encuentro, otra cita entre la feria de septiembre y la de San Andrés. Así me describía Amalia Bas Moreno aquella noche:

“Se hacían unos tostadores de castañas donde se aclaraba de una vez por todas quienes eran los enamorados. Se acordaba en que casa iba a ser el tostador, en unas las madres eran complacientes y en otras… ¡Qué si quieres arroz Catalina! Siempre había quien aceptaba la petición y allí íbamos con todos los achiperres para las nueve o diez de la noche empezar a tostar las castañas.

¡Qué manera de disfrutar! Dándole vueltas y más vueltas, ellos y ellas, sin dejar de comer que cuando llegaba la hora de ponerlas en la mesa quedaban ya pocas.

Pero lo de menos eran las castañas, lo que interesaba eran los juegos que venían después del tueste. Se retiraban las mesas, quedaba el salón disponible para jugar a distintas formas de expresar los sentimientos; por ejemplo, uno de los juegos…. Una chica o chico simulaba una caída y gritaba: “En un pozo me he caído”. Los demás todos a una preguntaban: “¿Quién te levanta?” Respondía ella: “Mi amor” y decían los otros “¿Quién es tu amor?” Y decía ella: “Fulanito…” y el nombrado alargaba las manos para levantarla y así comenzaba una iniciación quedando sellada una mutua admiración que podía más tarde terminar en noviazgo, o sólo como simples amigos.

Seguía la fiesta con los juegos llamados el arrullo, soltar prendas, etc. hasta las once de la noche o cuando más las doce. Se escuchaba alguna musiquita, se bailaba, se cantaba…

Y así se daba fin a una noche divertida y feliz en conmemoración de todos los santos.” 

Luego había quien cantara:

Yo te quise por el tiempo

de las castañas tostás;

se acabaron las castañas,

ya no te quiero pa ná.

 Ahora, nuestra memoria sentimental, nuestras raíces y costumbres parecen ridículas, fuera de lugar, asfixiadas por la modernidad. Han caducado. No hemos sabido conservarlas.

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