53_211105 Cuaderno de notas. Aquel 92…

Ese año nos hicieron ver que éramos portadores de un pasado respetable y un futuro ilusionante. Juegos Olímpicos de Barcelona, Exposición Universal de Sevilla, el primer AVE se dirigía de Madrid hacia el sur…  El 92 fue un año con luces de colores. Todos andábamos crecidos y confiados.

Y viajamos. El vuelo de la Olimpic Airlines despegó de Barajas y dos horas y media después, tras sobrevolar el Mediterráneo y gozar de las vistas de las costas griegas, aterrizó en el Aeropuerto de Atenas.

De inmediato nos vimos envueltos en otro mundo. Se desataron sensaciones difícil de describir. Todo allí es grandioso. De camino al hotel -con la vista más repartida que la pareja de mirlos de mi jardín cuando los gatos rondan- íbamos pendientes de las intermitentes apariciones de la Acrópolis que se asomaba entre edificios. Caos circulatorio, bullicio en la Plaza Sintagma y, un poco antes del llegar al hotel, atravesamos Omonia.

 

La Plaza Omonia es el kilómetro cero de todo en Atenas. El punto desde el que parten las principales vías a modo de rayos de sol: por la avenida Panepistimiou, hacia Sintagma; la interminable Avenida Pireos, conduce al puerto; y por la calle Athinas, pasando por el  Barrio de Monastiraki, hasta la Acrópolis…

Sientes que el suelo que pisas es el lugar en el que, en otra época, germinaron raíces de cultura, de la civilización más desarrollada del mundo de entonces. Todo allí parece un campo fértil a la imaginación y el pensamiento.

Una semana de ensueño. Los dioses del Olimpo, el Puerto del Pireo, Delfos, la perfección arquitectónica, el arte de pensar, las raíces del teatro, criaturas mitológicas, islas de ensueño rodeadas por agua azul turquesa… Todo era mágico y aquella cena con vistas a la Acrópolis y espectáculo incluido de luz y sonido, te llevaba a pensar en un sueño surgido de alguna lámpara.

La música griega también es extremadamente hermosa. Hoy escribo esto porque hace unos días tropecé con Zorba el Griego. Ya sabes, Anthony Quinn, Alan Bates, Irene Papas… Y con el Sirtaki. Lo disfrutamos en aquella cena romántica con vistas a la Acrópolis. Inolvidable. El Sirtaki pasó a la categoría de esas piezas ligada a un momento, que se meten en el corazón, se instalan y permanecen eternamente.