Al nombre de cada uno de mis libros, siempre sigue un subtítulo que pretende sintetizar o precisar la idea central de su contenido. En el último, ENCINASOLA, ZAGUÁN DE COPLAS, dedico un capítulo a la historia de la Virgen de Roca-Amador, advocación que nos llegó con las repoblaciones humanas procedentes del Reino de León tras la reconquista cristiana del territorio.
El capítulo que dedico a la Virgen de Roca-Amador, tras el nombre, también incluye un subtitulo con el que intento definir la afección de los marochos hacia ella: sentimiento discreto. Así lo percibo yo: una fe sin algarabía, ni ruido; con recogimiento y fervor.
La Virgen permanece la mayor arte del año en su ermita, situada a extramuros, a unos dos Kilómetros del pueblo. El primer fin de semana de agosto -tradicionalmente el sábado por la tarde y este año el domingo de mañana, debido al calor- se trae a Encinasola. La gente que acompaña esta «traída» no es numerosa, pero toda porta una mochila repleta de devoción. Luego, cuando llega al pueblo, desde los pies de La Peña y en la Cobijá, se une una multitud que la acompaña hasta la iglesia.
Durante los días que permanece en el pueblo, en la Parroquia de San Andrés Apóstol, cada mañana antes de las doce, la gente irá subiendo por las calles del pueblo hasta su solio, para el rezo del Ángelus. Solemne e intimo momento.
El 30 de agosto comienza el novenario. Cada día se dedica a un sector del pueblo o a colectivos como emigrantes, niños, matrimonios, jóvenes, las familias o personas mayores. En cada novena, se canta una de las redondillas de don Hilario. El primer día:
De Roca-Amador María: / Tú novena comenzamos / y con ella trubutamos / homenaje a tú hidalguía.
Luego, el último:
De Roca-Amador María: / Tú novena terminamos. / Si alma y vida mejoramos /¡Qué gran logro supondría!
Y así, llega el día grande, 8 de septiembre. Por la mañana, la gente se engalanará y, con sentimiento y actitud de profunda veneración, irá llegando a la iglesia para asistir a la Función Principal de la Virgen de Roca-Amador. Y se sentirá abrigada por el gozo de tenerla presente, estar al amparo de su manto. Y recordará a los que se fueron. Y, en silencio, rezará por ellos. Y cada cual con sus particular devoción, la mirará a los ojos para contarle en silencio sus desvelos y preocupaciones. Y le transmitirá sus plegarias. Y le pedirá por los necesitados, enfermos y menos afortunados.
Luego, alegre y festiva comida de hermandad y, por la tarde, procesión. Solemne y sentida, majestuosa. En su recorrido, se parará ante la puerta de la gente mayor que no pudo ir a verla. Y un escalofrío, seco y punzante, recorrerá el alma. Y se empañarán los ojos. Y en paz, armonía y recogimiento, procesionará por las calles del pueblo.
El último domingo de septiembre la Virgen de Roca-Amador regresa a su ermita. A hombros de los marochos. Como siempre. Bajará la cuesta de la Cobijá, recorrerá el camino de La Teresa, llegará al PIlar, parará en el descanso del camino de la Contienda y, de nuevo, se encontrará en su ermita. La gente prepara comida, se lleva mesa y sillas y, tras la misa, festejará el día. La hermandad ofrece un ágape. Con la alegría y sencillez del pueblo llano.
El conjunto, un sentimiento discreto, que subtitulo yo en el capítulo del libro en el que desgrano su historia.
Y en la procesión, la Banda de Música Abel Moreno no dejará de interpretar la entrañable marcha que Abel compuso en su honor. Todo un lujo.