Llegó. Bien, con orden y sin ruido externo. En silencio, como el rocío en la mañana otoñal, pero con una algarabía festiva en mi corazón. Se me arremolinan emociones de las que se incrustan en el alma eternamente.
Y las veo a las dos, ahí, juntas, pegadas la una a la otra, destilando paz, sembrando futuro junto a su padre y esposo, y me siento derretir de felicidad.
La escena la completa su abuela -dulce y transparente gota de miel- siempre dispuesta a alegrar la vida con la sabiduría del cariño. Cuando se nos cruzan las miradas nos brillan los ojos, sembrados de chirivitas, y sentimos una satisfacción plena.
Y a mi mente asoman las palabras que tantas veces oí que mi madre decía a sus nietos: que el Señor te ilumine, te ampare y te favorezca.