Subiendo desde el sur dejas Cáceres a la derecha y te adentras en un paisaje llano que escolta suaves ondulaciones, montañas viejas moldeadas por el tiempo. Cruzas el Tajo, subes el puerto de Cañaveral y, sin dejar de ver ganado vacuno que pasta sobre el añorado verdor que ya, por fin, cubre los campos, llegas a los pies de Plasencia.
Cuando ves un acueducto, piensas que su origen es romano. Pero no, el acueducto es del siglo XVI, obra de Juan de Flandes para sustituir otro anterior construido en el siglo XII.
Aunque hay vestigios que confirman que el territorio estuvo habitado desde la Prehistoria, Plasencia fue fundada por Alfonso VIII en la segunda mitad del siglo XII con el lema «para agradar a Dios y a los hombres». Y a fe que han conseguido darle sentido al lema: su muralla, su arquitectura militar y religiosa (Diócesis desde 1188), su acogedor casco antiguo rebosante de conventos y palacios, sus gentes y haberse erigido en puerta de entrada al Valle de Ambroz, del Jerte, de la Comarca de la Vera y del Parque Nacional de Monfragüe, le ha conferido la capitalidad de una comarca extremadamente bella, acogedora y rodeada de poblaciones en las que el agua que vierte la Sierra de Gredos y el fervor por las tradiciones, son sus constantes.
Uno de esos lugares en los que te sientes a gusto.
Luego, si paseando por la Plaza de la Catedral me encuentro con Manuel García Matos, el gran folclorista extremeño, no puedo evitar perpetuar el momento.
Si vas por allí, no olvides pasar por el Parador de Turismo. Junto al resto de su centro histórico y especialmente la Catedral, son joyas que no hay que perderse.
Aquí te dejo una muestra de la riqueza y variedad del floclore tradicional de Piornal, un pueblo a caballo entre el Valle del Jerte y La Vera.