A veces parece bravo, furioso. Pero desde aquí, en la orilla, se me ofrece pacífico y refrescante. Olas suaves se acercan escondiendo burbujas que saltan de la espuma al fundirse con la arena; un coqueto velero a lo lejos, velas extendidas y suave navegar, hace dudar si es parte del cielo o del mar; el faro, perenne, vigila la calma de la tarde.
Unas gaviotas –que no parecen tener nada que ver con Juan Salvador Gaviota- buscan sobre la arena los restos que dejaron en la playa los veraneantes.
El sol sentencia el plácido discurrir de la tarde y se oculta con parsimonia mientras cae el telón. El de la escena y el del verano.
Y yo, que no concibo un momento grato sin música, voy cantando La canción más bonita del mundo.