El tiempo en el ámbito rural fluye a una velocidad distinta al de la ciudad. Tiene otra dimensión: un ritmo más lento y profundo, que rezuma paz, sosiego. Tradicionalmente las campanas, alzadas en las torres de las iglesias y en consecuencia en manos de religiosos, marcaban el discurrir del pueblo: anunciaban el amanecer, convocaban a los fieles a la iglesia, al Ángelus, eran la llamada a fiesta, a la catástrofe, el aviso de fuego, de nueva vida, de boda, de muerte… Tocan agonías -dos campanadas si era mujer, tres si era hombre- y un reguero de interés e incertidumbre se apodera de cada rincón y cada persona hasta averiguar qué miembro de la comunidad se fue…
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LAS CAMPANAS DE MI PUEBLO
SÍ QUE ME QUIEREN A MI:
TOCARON CUANDO NACÍ,
TOCARÁN CUANDO ME MUERA,
VAN TOCANDO MI VIVIR.