Me costó dormirme anoche. Cansado. ¿De qué? No sé. Pero luego me dormí profunda-mente. Desperté a las cuatro. Las cuatro, de la noche del cuatro al cinco de julio.
¿Nunca te pasó a ti que horas y fechas se grabaran con fuego en tu alma?
Apareció el reloj de las emociones y los sentimientos. Y desperté. Recordé a tres personas abrazadas, sollozando, con los ojos nublados y el alma limpia. Se fue.
Y sentí una lágrima flotando en un remanso de armonía vital, porque no faltara a la cita: a las cuatro, de la noche del cuatro al cinco de julio. Volví a sentir la presencia de su ausencia.
Tristeza. Y alegría. Y paz, mucha paz.
AL VIENTO, AL VIENTO;
CUANDO NOMBRO A MI MADRE
¡CÓMO LA SIENTO!
Casi habría que pedirle a ese reloj una parada para seguir gozando de un texto tan bello…
Ocurre Tomás, hay personas que nos dejan marcados de por vida y que, aunque se hayan ido, siguen estando presentes.
Cada cual que lo interprete a su modo pero estoy convencido que somos algo más que un cuerpo.
Un abrazo amigo, yo también la recuerdo y la echo de menos, más aun cuando viviendo junto a su casa no puedo ver su puerta abierta.
Cuando se escribe lo que se siente, se siente lo que se escribe. Gracias.
Quizá sea eso, Fermín…
Gracias.