Identificó mis pisadas sobre la salada arena y luego fue borrando las huellas, con sutileza y disimulo, como encubriendo otra complicidad entre ambos. Me ofreció calma en la que cobijar mis pesares y alegrías. Me escuchó en el silencio del murmullo de las olas. Me dió la paz y el sosiego necesarios para encontrar la luz, la claridad.
Siempre está ahí. Rugiendo, pero callado. Bravío, pero permeable a mis sonrisas.
Me reconoció. El mar tiene memoria.