Tras las lluvias de estos días y la tormenta de esta noche, la mañana se despereza. El agua ha caído con orden. No ha hecho daño.
Salgo a pasear y veo a lo lejos la ermita de Nuestra Señora de Rocamador. En la lejanía, con las nieblas de la cuenca del Múrtiga al fondo, resalta grandiosa. Me deleito con la calma del paisaje y sigo camino del Pilar.
El día empieza a sugerir una plácida tarde de paseo. Si puede ser, a compás de tiernos sones musicales.