La madrugada fue como las de anteriores 5 de julio: el desvelo de la conciencia de la ausencia. De nuevo regresó el recuerdo de aquel abrazo en el que nos fundimos mi padre, mi hermano y yo cuando ella, después de luchar como solo las madres saben, se entregó a la oscuridad eterna. Y en el silencio y con la intimidad de la noche, me reencontré con multitud de momentos y detalles que solo madre e hijo conocen, hilos invisibles con códigos secretos que solo ella y yo podríamos descifrar. Siempre, pero ahora, pasado el tiempo, de ella solo me quedan recuerdos de miel.
Luego llegó la mañana, turbia y agitada, con nubarrones. En medio, breve visita al cementerio: “Sigo aquí, junto a vosotros…”
Cuando el calor de la tarde empezaba a romper hasta la paz de la sombra, llegó Mario, portador de versos envueltos en sentimientos maternos. Abriendo su Gafas de cerca, estos versos:
cumplo otoños,
que más que soñar, recuerdo,
descubro los colores que he ganado
y vivo las nostalgias que aprendí
sin saber que la memoria
las guardaba.
Y, sin buscarnos, nos encontramos ahí, en el rincón donde se funden las emociones y hasta las palabras –que tan magistralmente enlaza Mario- resultan innecesarias.
Gracias Mario. Sentí tu visita como fuente de piedra –agua fresca y chorro perezoso-, que aparece en el recodo del camino cuando la sed aprieta.
Precioso.
Te quiero.