Con frecuencia llegan señales por las que te alegras de estar jubilado. Y ya, después de estar hecho sobradamente a esta nueva vida, más aún.
En algún momento comenté que eso de regalarle relojes a los que se jubilan, precisamente cuando pueden olvidarse de horarios y ataduras laborales, me parecía una ironía. Así que alguien debió tomar nota y en la comida de jubilación de hace casi tres años ya -¡cómo pasa el tiempo!- me regalaron un bono de hotel de lujo, con spa y resto de perejiles para disfrutarlo durante los tres años siguientes. Como quiera que por distintas razones aún no lo había disfrutado, esta semana que acaba, por fin, cuajó.
Y claro, otra alegría gracias a estar jubilado porque han sido unos días fantásticos. He desconectado de lo que ahora es habitual, que siempre es necesario, y he recordado a mis queridos compañeros y compañeras con alegría y gratitud por el acierto que tuvieron en esa despedida. Gracias, de corazón. Un motivo más para teneros en mi mayor consideración.
Por supuesto no fui solo, pero por aquello de preservar la identidad de mi acompañante, me limitaré a decir que ambos os estamos muy agradecidos. Gracias, compañeros. Este brindis, fue por ustedes.
No os desvelaré donde he estado, aunque alguna pista dejo y podrás adivinarlo. Cuando os vea os lo digo.
Por todo ello doy gracias a mis compañeros y compañeras y a la vida.