No pude acompañarte en tu último viaje, ni compartir con tu familia esos duros momentos. Pero, créeme, estaba allí. Contigo, con ellos y con todo el pueblo de Encinasola que, me dicen, se volcó. Ya sabes, se recoge lo que se siembra y tú…
La vida es trágica. Los hilos que la sujetan son tan frágiles como imperecedero el firme lazo de la amistad sincera.
La última vez que nos vimos fue a mediados de Julio. Un encuentro casual, alegre y distendido. Como siempre. De haber sabido que era el último, habríamos tomado aquella cerveza y te hubiera hablado del poder de tu sonrisa, de tu sinceridad, de tu discreción, de tu permanente disponibilidad, de los ratos de conversaciones cuando no había gente en el Centro Social… De todo lo que has dado a tanta gente con la naturalidad que lo hace el hombre honesto, bueno y cabal.
El último día que abrísteis el Centro Social -Pili y tú, o tú y Pili- no falté al mediodía. Quería estar alli y escribir un artículo para resaltar lo que habíais representado para mucha gente. Ese fue el motivo de esta fotografía que guardé como tesoro dormido y ahora entrego a tu familia.
Por la noche, también estuve allí degustando vuestras delicias habituales: la carne en salsa, los boquerones, las patatas… esa noche no había morcilla lustre. Estuve con mi prima Domin y Esperanza.
Cómo nos ha afligido tu partida a toda mi familia. Y cómo lo sentimos por Pili, José Manuel, Cristina, tu hermano, tus hermanas…
Atesoraste la grandeza de las cosas sencillas. Siempre te recordaré con cariño, el mayor de los aprecios y con alegría. Descansa en paz, José.