Las apacibles márgenes ribereñas del Duero a su paso por Zamora, nada tienen que ver con las que ofrece en Las Arribes, ya en la zona oeste, donde vertiginosos cañones delimitan la frontera con Portugal. El encajonamiento allí presenta auténticas paredes que rondan los cien metros de altura. Así, las condiciones que se dan propician una flora, fauna y paisaje de ensueño.
Desde arriba, miradores que te acercan a un espacio singurar de belleza extrema. Desde abajo, a nivel del río, parece un lugar encantado. Es navegable y permite recorridos náuticos organizados. Hicimos el que parte de Miranda do Douro -hermosa ciudad, con buena comida y mejores vistas- una plácida mañana de mayo. Una gozada. Si puedes, no te lo pierdas.
Por la tarde, paseamos por la apacible y noble Zamora. Cuanto más la visito, más me gusta. Rincones coquetos, uniformidad arquitéctonica, iglesias a cada paso, edificios singulares, su ambiente…
En la Plaza Mayor, junto al Ayuntamiento, un músico callejero tocaba el acordeón. No me costó identificar la música: El Bolero de Algodre, del que siempre me decía Jaime de Encinasola que era una pieza a estudiar por la coincidencia del verso «Cuerpo salado déjate querer» con la copla que se canta en las correderitas de Encinasola… Escúchala con atención. Su música te atrapará.