Día 10. 23/03/20. Lunes.
Hoy he seguido la rutina impuesta para un día de diario de esta nueva situación. Es difícil diferenciarla del fin de semana, pero hay que procurar hacerlo. No me ha costado mucho porque, a las diez de la mañana, tenía cita con mis alumnos. Esto de internet, de las nuevas formas de comunicación, es algo grande. La gente ya, no sabrá vivir sin internet.
Esta mañana, mientras desayunaba, miré el smartphone. Al margen de avisos y mensajes de otras redes, tenía quince whatsapp: cuatro familiares, tres laborales y ocho de amigos, conocidos o grupos en los que todos estamos metidos. De los ocho, seis eran basura -mierda de la que se vierte continuamente por las redes sociales-, y dos con información relevante. Antes, por simple educación y respeto, abría todo lo que me llegaba; ahora selecciono y, aunque a algunos les concedo el beneficio de la duda, por lo general, acabo con la sensación de que me han hecho perder el tiempo y, además, portaban la intención de desestabilizar mi percepción de la situación.
Esta maldita pandemia, como todo, se puede ver desde el cielo o a ras de suelo. Quienes la ven desde arriba, que tienen datos fidedignos y expertos asesores, deben tener una visión global razonable. Los que estamos abajo, a veces no nos enteramos ni de cómo está el vecino.
Creo que ésto del coronavirus tiene tres grandes componentes: la sanitaria, la social y la económica. Y cada una de ellas afecta de manera diferente a cada persona porque somos y sentimos de forma diferente, vemos las cosas con gafas distintas y atravesamos por situaciones desiguales. Creo conocer mi estado de salud -salvo que el bichito haya llegado y esté callado sin decir nada-, creo saber las repercusiones sociales que me ocasioná, aunque no termino de hacerme a la idea de cómo estará esto dentro de otras tres semanas, y conozco mi situación económica personal. Pero solo conozco mi coyuntura y poco más.
De la situación sanitaria del país, los técnicos y especialista sabrán; de las repercusiones sociales globales, los psicólogos y expertos dirán; de la economía nacional –aunque no sé de dónde van a sacar doscientos mil millones de euros-, los economistas, de España y Europa, verán. Yo me siento incapaz de hacer valoraciones globales solo por lo que me cuentan de forma interesada los de uno y otro lado.
Los whatsapp que circulan –con visiones opuestas según la línea política de quien los envía-, solo me interesan para tener una idea de cómo está el patio. Los políticos y correveidiles que elaboran esos vídeos de estudio con la intención de dividir, aprovechando el dolor ajeno, espero acaben en el lugar que merecen. Todos.
Esta es la razón por la que yo me limito a hablar de lo que vivo: de las emociones, los sentimientos, las alegrías y las penalidades de cada día, las que pueden acontecer a cualquier persona de carne y hueso, como yo.
Es tiempo de estar unidos, de saber separar el grano de la paja, de obedecer, de tener fe, de ser fuertes mentalmente, de quedarnos en casa, de cuidarnos cada uno como fórmula de cuidar a los demás.
Hoy circula por las redes un halago al ejército español: “Recordáis cuando China levantó un hospital con 1.000 camas en 10 días? Todo el mundo se quedó pasmado y les felicitó. Pues bien, en Madrid el ejército español está montado en IFEMA un hospital de 5.500 camas en el mismo tiempo.”
Este es el ejemplo: unidos, los españoles, somos grandes. Desconfía de los vendedores de tragedia. Esto no es un juego, si no, fíjate en las cifras de hoy: 33.089 diagnosticados; 2.182 personas muertas; 3.355 pacientes dados de alta.
Lo siento, hoy tocaba la de arena.