Aunque en otra ocasión fui por alguna gestión puntual, no pisaba sus aulas desde hace 50 años. En aquellos tiempos éramos muchos niños, ahora bastantes menos. Antes la escuela era sobria, oscura, fría y rígida; hoy, la sentí alegre, colorida y abierta. Por entonces las herramientas se limitaban a la pizarra, las tizas, algún mapa mundi y pocos libros; ahora los espacios son más acogedores, hay pizarras digitales por todos lados… El espacio antes reservado a comedor está dividido, han cambiado los aseos y el salón de actos…
Recuerdo la solemnidad de los sábados cuando, antes de salir, nos colocaban en fila en el salón de actos y había que echar unos rezos y cantar el Cara al Sol antes de romper filas.
Todo es distinto. Los tiempos han cambiado mucho. Y la escuela, también. En unas cosas para bien y en otras no tanto.
Hoy, con motivo del Día de la Lectura en Andalucia, me invitaron al CEIP Rufino Blanco -no entiendo cómo aún mantiene ese nombre- a leer unos cuentos tradicionales de mi próximo libro. Aún no sé cuando lo publicaré, pero no tardará mucho.
Bueno, a lo que iba. Allí, en mi escuela, en la que me crié, en cuanto entré acudieron los recuerdos. Un revuelo de emociones. Por momentos volví a mi infancia. Fue una gozada.
Luego llegó la lectura. Un alumnado atento, respetuoso, en orden… Un clima adecuado para el objetivo. Las cosas no salen bien por casualidad. Todo fue perfecto.
Mi agradecimiento al equipo educativo, al alumnado y, muy especialmente, a Mariela y Nuno que encarnaron personajes de cada cuento. Sin ellos no hubiera sido igual. Y no quiero olvidarme de Ricardo, que nos acompañó con la guitarra a entonar a coro -todos cantamos- la coplilla de la versión marocha del Hombre del zurrón.
Me he divertido a lo grande. Gracias, gracias, gracias.