124_230108 Cuaderno de notas. Detalles.

El suelo se encontraba en un estado bochornoso, atestado de restos de confeti, cintas, papeles, caramelos pisados… Algunos estaban enteros a causa de la abundancia -¡con lo de niños necesitados de todo que hay en el mundo!- y el descuido de esa gente ambiciosa que todos vemos en cada cabalgata siguiendo  las carrozas con la bolsa llena de caramelos y un balón en cada mano. Él vio uno de esos caramelos olvidados, se agachó, lo cogió, lo abrió y se lo llevó a la boca. Plegó el papel con ambas manos y viendo el estado del suelo se planteó qué hacer con él. Ya había traspuesto la carroza del rey Baltasar y detrás se oían las máquinas limpiadoras. Buscó con la mirada una papelera, se encaminó y depositó el doblado papel en ella. Sintió la suela de sus zapatos pegostosas. Pero se sintió bien. Había hecho lo correcto. 

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Con la manecilla en las manos fue empujando lentamente la puerta con suspense, incertidumbre e ilusión. A medida que la abría, se reflejaban en las paredes las luces del árbol de Navidad. Abrió, abrió, abrió… Aparte del vacío, un sobre cerrado y un pequeño plato lleno de trozos de piedras negras. Era carbón. Uno, dos, tres segundos… Se repuso, giró la cabeza hacia sus padres y, simplemente, dijo: «¡Qué bien! Hoy haremos una barbacoa».

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Todos los días llegan mil mensajes. No tengo tiempo de leer tantos. Hay que seleccionar. Hace un par de días, me llegó este:

Agranda la puerta, Padre
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,

achícame, por piedad.
Vuélveme a la edad aquella,
en que vivir es soñar.

Como siempre, magistral Don Miguel de Unamuno.

Son pequeñas grandes cosas, esos detalles… Lo sabes, tengo la tentación de ponerte Aquellas pequeñas cosas, de Serrat. Pero te lo puse hace unos meses. Rebusco y recuerdo a Roberto Carlos: Detalles. Me sé yo de quien pensaba -quizá lo sigue pensando- que esta era «la canción de la mala leche». Y llevaba razón.