San Pancracio, la romería de Valverde del Camino.

  ENTRE EL ALBA Y EL OCASO 

  (Publicado en la Revista San Pancracio 2017)

 

  Amanece. Las primeras luces se escapan del horizonte y van recorriendo, como salidas de varita mágica, cada rincón de la penumbra. El campo bosteza. Los arroyos van retornando sus oscuras aguas en cristalinas, transparentes, puras. Las plantas reviven y sus flores lo visten todo con las tonalidades del arcoíris. El cuco, para corroborar que es tiempo de Primavera, canta.

Al cuco, San José le da el habla y San Pedro se la quita.

  Los pinos vigilan el alba; raíz profunda, tronco robusto y espeso ramaje modelan el paisaje y unen sus copas en el cielo, acogiendo los primeros rayos, filtrando la luz. Los alcornoques, a los que han desvestido su tronco, muestran el rojo teja de su desnudez, que contrasta con el intenso verde de sus hojas. A los pies de pinos y alcornoques, un manto verde, con húmedo esplendor, brilla tenue. Un paisaje sereno, de paz y sosiego, se va conformando.

  Entre la suave niebla -que une y delimita la noche y el día-, se van perfilando las blancas paredes, la pizarra gris del tejado, la cruz, las estiradas líneas del campanil, las redondas columnas que conviven con el porche… Es la ermita del Santo del Perejil, el patrón del trabajo y la salud.

   Y yo le canto:

Vigilando en su ermita

paciente aguarda

San Pancracio bendito

que llegue el alba.

Siempre esperando

que gente de Valverde

llegue rezando.

San Pancracio bendito,

danos trabajo;

se ha secao el perejil

y poco trajo.

Malos momentos

con sueldos de miseria

los de estos tiempos.

No hay tesoro más grande

que la salud

y de Ti la esperamos

con gratitud.

Vamos rezando:

danos salú y trabajo

para ir tirando.

La tarde va cayendo

se esconde el sol

San Pancracio se queda

en la oración.

Alma bendita:

vela a los valverdeños

desde Tu ermita.

  La tarde, declina. Pinos, alcornoques, flores y ermita se van disipando entre las sombras. El sol, con parsimonia, se va por los profundos campos del Andévalo. En su adiós va dejando un rastro de colores y tonalidades indescriptibles, como si las nubes, al arrastrarse por las copas de los pinos, se desangraran. Poco a poco, todo se va despidiendo de la luz. Los pajarillos, trinos brillantes de mil matices, aportan majestuosidad al momento. El atardecer se consuma. Cae el telón. Ha anochecido en San Pancracio. Desde allí, el Santo del Perejil sigue velando por Valverde.