Tocan a arrebato, a encuentro, y acudimos sin dudar un instante. Pasa siempre que convoca alguien con liderazgo emocional, con capacidad para disponer las velas de nuestros corazones en la dirección que soplan las rachas de viento favorable. El remate lo pone la causa, la persona con la que todos hemos ido estableciendo cordones umbilicales de esos invisibles, que no se ven, pero que están.
Y así, sin más, nos encontramos celebrando, virtualmente, un cumpleaños. Ana, Consuelo, Francisco, Lola, Rosario, Eladio, María, Elena, Nazaret… ¡Qué gente, por Dios! Cómo roban sonrisas, como alegran con su simple presencia.
Claro, cuando ella entró en escena, ajena a la reunión y al motivo, y sus oídos rebosaron con los sones del «Cumpleaños feliz…» que todos cantábamos desde la pantalla de un ordenador, apareció en su cara la sorpresa, la alegría y la satisfacción de sentirse acompañada y querida. Ella que es de las que siempre tienen magia en sus palabras, una sonrisa que ofrecer y la bondad por bandera, solo podía contar con nuestro cariño e incondicionalidad.
Me encantó, nos encantó a todos, el rato que compartimos. Felicidades, Pepi y gracias por propiciar este breve, pero sustancial encuentro.
Esto pasa mucho entre los docentes: en cuanto nos juntamos cuatro, acabamos hablando de nuestras cosas. Entre ellas las matemáticas.
Y tú ¿cómo andas de aritmética?
Amistad indeleble, atemporal.