En sintonía con febrerillo el loco, el día discurre entre nubarrones, unas gotas de agua y sol.
El ambiente de la Plaza Ramón y Cajal es el habitual de la mañana de un sábado. Esplendoroso. Los niños van de un lado a otro, juegan, se sientan en los escalones, desgastan el roa roa… Antes, cuando era de ladrillo, tenía marcada la forma de las nalgas infantiles. Un empeño colectivo de muchas generaciones de niños.
Los padres están sentados en las mesas. Cerveza, aperitivo, tapita, bolsa de patatas Reposo… Sin quitar ojo de los niños, los padres, también algún abuelo, conversan, disfrutan del sosiego del moderado bullicio.
Al fondo, siempre atenta, la aparadora vigila y disfruta.
Y yo, aquí, sentado en una mesa del Ewin, con un ojo en el roa roa y otro en la que no deja de correr plaza arriba plaza abajo, también. Esta normalidad es grandiosa.
Sin darme cuenta, empiezo a cantar…