El fin de semana pasado, como cada año, fui al cementerio a cumplir con los que se me fueron. Ya saben: flores, limpieza de cada lápida y, sobre todo, un momento de intimidad con ellos. Siempre que voy –bastantes más que Tosantos hay- me pasa igual: se me desbordan los sentimientos, aparecen los recuerdos y, con ellos, alguna sonrisa –porque solo recuerdo a los míos con alegría– y, desde luego, alguna lágrima callada que esconde la rabia de que se perdieran la sonrisa de una biznieta, el buen discurrir de sus nietos, los encuentros familiares y, también, lo que dejamos de gozar los que nos quedamos por no vivirlos más tiempo. Cada día que pasa valoro más el cariño que sembraron entre nosotros, sus esfuerzos y sacrificios, su entrega, sus desvelos, su ternura…
De regreso al pueblo, me envuelve una paz interior indescriptible. Creo que ellos, desde donde estén, también son felices.
Preciosa reflexión
El recuerdo va en nuestro interior, y ellos aunque no esté físicamente, sí lo están dentro de cada uno de nosotros.
La ley de la vida, amigo Tomás. Un saludo.
Sólo somos marionetas del destino, a las que un día se le rompen los hilos.
Tú sabes de lo que hablo. Estabas conmigo compartiendo las emociones y sentimientos. Gracias.
Así es, amigo. Un abrazo.
Un saludo, amigo Andrés.
La vida, Andrés; la vida. Un abrazo.