70_220301 Cuaderno de notas. Flores en el campo de batalla.

Las personas guardamos en nuestro interior cosas que nos unen ineluctablemente al entorno. Hábitos, costumbres, sensaciones, emociones, pensamientos, sentimientos e incluso sucesos, que anidan en nuestras entrañas y nos atan a un lugar haciendo que nos sintamos extraños en cualquier otro. 

Marcharte de forma obligada y precipitada, sin orden, dejando atrás tu casa y los cien mil detalles que te unen a ella, será horroroso. Despedirte de vecinos y amigos, decir adiós a tu cielo y tu suelo, al cementerio donde reposan tus familiares, de tu trabajo e infinidad de cosas más, para partir sin saber cómo ni dónde irás, debe ser una ruptura sentimental trágica. Marcharte así, debe ser como robarte la vida, en vida.

Todo no cabe ¿Qué te llevas? ¿Juguetes, libros, ropa, comida…? Si tienes que elegir entre algo de valor material o sentimental, ¿qué escoges? Además de tu casa, ¿qué dejas? ¿A tu marido, padre o hermano luchando en el frente?

Y todo por el miserable sentido de poder imperialista de un mal nacido lunático. Con lo fácil y sencilla que es la vida. Sabiéndola entender, claro.

Decía Miguel Hernández en sus Vientos del Pueblo:

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

Incluso durante las guerras nacen flores y los soldados, de uno y otro lado, comparten sentimientos. Esta hermosa historia de amor se coreaba en las trincheras de ambos lados en la Segunda Guerra Mundial: Lili Marleen.