El verano siempre empieza con una maleta cargada de ilusiones, pasajes a la felicidad, un formulario que busca un poco de paz interior, un vaso en el que cabe algo de jarana y, sin duda, esperanza de reencuentros.
Luego, al final, puede haber sueños rotos, caricias perdidas, desilusión o, quizá, hallazgos insospechados, labios gastados a besos, nubes de caricias o la sensación de haber encontrado luz, claridad y limpieza en el alma.
Yo deseo que tu regreso, si pudiste irte, sea el mejor y afrontes el nuevo ciclo con ilusión y esperanza, disfrutando de cada momento. Deseo que no hayas tenido prisa por volver, ni la tengas ahora por marcharte de nuevo.
Este verano, en una caseta de feria a las cinco de la mañana, con frío, aburrimiento y cansancio, oí decir a alguien
¡Cuando estaremos meando para acostarnos!
Me hizo gracia, me reí, y pensé que nunca hay que volver la espalda, que la felicidad espera detrás de una esquina, escondida en cualquier detalle. Y, claro, le canté un par de coplillas que le hicieron reír:
[259]
NINGUNO HABLE MAL DEL DÍA
HASTA QUE LA NOCHE LLEGUE;
YO HE VISTO MAÑANAS TRISTES
TENER LAS TARDES ALEGRES.
[260]
POR COSAS DE ESTE MUNDO
NUNCA TE APURES,
QUE NO HAY MAL QUE NO ACABE
NI BIEN QUE DURE.
NUNCA TE ENFADES;
PORQUE NO HAY BIEN QUE DURE,
MAL QUE NO ACABE.
Luego se pidió otra copa y se puso a bailar.