Ya sabes que trato los temas indagando en sus entrañas, intentando mostrarte una visión diferente, acercarte a sus raíces. Esta semana, miles de personas están huérfanas de Rocío. No pisarán caminos de arena, no llorarán ante la Virgen, no cantarán, ni bailarán, ni compartirán alegría con otros romeros… sentirán un vacío que solo llenarán el próximo año.
¿Cómo se forjó esa fe, esa fidelidad mariana que, llegada la fecha, dirige a los romeros desde múltiples lugares, por mil rutas diferentes hasta confluir en la aldea almonteña a los pies de la Señora? Todo empezó hace mucho…
Las tierras de Las Rocinas formaban parte del reino taifa de Niebla cuando fue conquistad por Alfonso X El Sabio, en 1262.
A la madre naturaleza se le fue la mano en Las Rocinas; tal vegetación, fauna y belleza derramó en ellas, que pareciera una réplica al paraíso. Y con estas virtudes, no era cosa de repartirla, ni cederla; así que Alfonso X se las reservó como Coto Real para de la Corona. Desde entonces, reyes, personalidades y gobernantes –entre ellos los últimos presidentes de gobierno- han ido pasando por allí –ahora bajo el nombre de Doñana- unos a cazar, otros a descansar y algunos, cualquiera sabe a qué.
En 1340, en el Libro de la Montería “que mandó escribir el muy alto y muy poderoso Rey Don Alfonso XI de Castilla y de León que fabla en todo lo que pertenece a las maneras de la Montería” –considerado el primer tratado de caza mayor-, se dedica un apartado a los “espacios de la Corona reservados para cazar”, encontrándose la primera referencia escrita a la existencia de una Ermita en Las Rocinas, dedicada a la veneración de Santa María de las Rocinas.
Según la Hermandad Matriz de Almonte, la primera Ermita a la Virgen de Las Rocinas la construyó Alfonso X entre 1280 y 1284, pero la memoria popular ha retenido -a través de la tradición oral-, varias leyendas que sitúan el origen de la advocación en el siglo XV. Estas leyendas recogen que Gregorio Medina -un cazador de la actual Villamanrique de la Condesa-, encontrándose junto a otros compañeros de cacería, le tocó en suerte la zona de Las Rocinas -en término de Almonte- y, allí, en el hueco del tronco de un árbol centenario, halló la imagen de la Virgen. Dio cuenta a Almonte, por ser el pueblo más cercano, pero también conocieron la noticia la gente de
Villamanrique, de donde era natural el cazador. Ambos pueblos manifestaron su deseo de llevársela y para resolver el conflicto, sometieron sus pretensiones al juicio de dos yuntas de bueyes que, uncidos a la misma carreta, enfrentaron sus fuerzas, no pudiendo avanzar en direcciones opuestas. El hecho fue interpretado como el deseo de la Virgen de permanecer en el lugar donde fue hallada, y allí se levantó la ermita. Esta versión forma parte de la historia oral que comparten los pueblos de la comarca y está recogida en las Reglas de 1758 de la Hermanad Matriz de Almonte.
Desde aquellos tiempos la devoción a la Señora de las Rocinas se fue extendiendo por las poblaciones cercanas y a mediados del siglo XV –impulsado además por el concilio de Trento-, se empezaron a celebrar cultos, con fiestas y romerías comunes en los pueblos del entorno. Un impulso importante se debió a los dos mil quinientos pesos que legó Baltasar Tercero -un aventurero sevillano que murió en Lima en 1594-, para instituir una capellanía en la Ermita de Las Rocinas. Con ello, la fiesta en honor de la Señora aumentó su solemnidad y concurrencia a lo largo de la primera mitad del siglo XVII.
En 1653, la Virgen -todavía conocida como Santa María de las Rocinas-, fue proclamada patrona de Almonte y, con el patronazgo, se cambió el nombre de Rocinas por el de Rocío y se acordó celebrar fiestas solemnes con Misa y sermón para siempre jamás, cada 8 de Septiembre, fiesta de la Natividad de María.
El primer atisbo de independencia de la Hermandad respecto a la Capellanía fundada con el dinero de Baltasar Tercero -dependiente del Concejo de la Villa y la Parroquia de Almonte-, se produce con ocasión de la destrucción de la Ermita a consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755. La tardanza en su reconstrucción, que era competencia del Concejo, provocó la reacción de la Hermandad que inició su reorganización, buscando una cierta independencia del Concejo. Para ello el Arzobispado de Sevilla elaboró y aprobó, en 1758, la Regla más antigua que posee la Hermandad Matriz de Almonte. Otra resulta de esta reestructuración fue el cambio de fecha de la celebración de las fiestas y cultos que, desde entonces se realiza en Pentecostés.
Y surgió la fundación de las primeras hermandades filiales y comenzó a configurarse la romería, tal y como la conocemos hoy, en cuanto a estilo, maneras y cultos. Las primeras hermandades filiales se crearon hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII; fueron, por este orden, Villamanrique, Pilas, La Palma del Condado, Moguer, Sanlúcar de Barrameda, Triana, Umbrete, Coria del Río, Huelva, San Juan del Puerto, Rociana, Carrión de los Céspedes, Benacazón, Trigueros, Gines, Jerez de la Frontera, Dos Hermanas, Olivares, Hinojos, Sevilla, Bonares, Puebla del Río, Bollullos par del Condado, Valverde de Camino…
De las 117 que hay en la actualidad Valverde del Camino es la filial número 23. Se creó en 1935. Tiene su mérito, pues se produjo en plena II República. Su embrión fue una “peña rociera” que fundó José Boza Domínguez a su llegada a Valverde, donde se incorporó a trabajar como médico. Desde entonces, con algún paréntesis durante la Guerra Civil, cada año los rocieros valverdeños peregrinan a la aldea del Rocío.Y así canta a la Virgen, por fandangos, la Real Agrupación Artística de Aficionados de Valverde del Camino.
El Rocío es un punto de encuentro de mucha gente entre la que, de forma especial, está la de Sevilla y Huelva. La convivencia en la aldea ha jugado una importantísima función como intercambiador cultural y folclórico. Siempre estuvo presente el fandango y la sevillana, que fue, y es, cantada, bailada y compartida por la gran familia rociera, en los lances de la diversión.
Los Hermanos Toronjo fueron, en los años cincuenta, de los primeros en grabar sevillanas rocieras. Ahí va un ejemplo.
Con el deseo de que todo vaya bien y el próximo año se inunden los caminos con la gente rociera.