Hace unos días pasó por casa el Ratoncito Pérez. Aunque pueda parecer una cuestión baladí, la visita de un personaje tan ilustre es algo de importancia extrema.
Ella ya anduvo toda la tarde lo suficientemente ilusionada como para no percibir el vacío del preciado tesoro que, después, envuelto convenientemente, acunó bajo la almohada a la hora de dormir. Tardó en conciliar el sueño. Me dijo que anduvo luchando por no dormirse pero, al final, la venció. Luego, como quien tiene un despertador en la cabeza, se espabiló varias veces. En una de ellas, creyó verlo. Fue una falsa alarma porque comprobó que el diente seguía alli.
Desvelo, ilusión, intriga, misterio, magia… todo se funde en la imaginación de un niño, una niña en este caso, mientras espera la grandiosidad de una inocente ilusión forjada en la mente. Como nos pasa a todos.
Fueron dos monedas. Sus primeras dos monedas. Luego, una hucha. Y una revista que ¿cómo sabía el Ratón Perez que ella la quería! Para mí, lo emocionante fueron las chirivitas de sus ojos mientras me lo contaba…
-¿Y lo viste? -le preguntaba yo expectante.
-Creo que se fue por la ventana – me decía- pero no me dió tiempo… Se me está moviendo otro y cuando se me caiga voy a estar toda la noche despierta hasta que llegue.
Mientras me hablaba sentía centellear su mirada, vibrar su hermosa voz, resplandecer la expresión de su cara, irradiar ilusión.
Hoy, se le ha caído el segundo. Ella, que suele llegar a la noche agotada de no parar todo el día, que cae frita y en su sueño destila paz y sosiego, esta noche no sé si dormirá mucho…
Hay una canción de Mocedades que habla de la paz de un niño durmiendo… Piénsalo un momento ¿hay cosa que pueda igualar a la calma que desprende un niño durmiendo?