El día empezó bien. A lo largo de la mañana ultimé y dejé firmado el contrato con la editorial Circulo Rojo para la publicación de mi próximo libro. Espero presentarlo a primeros de agosto. Ya te hablaré de él cuando el acontecimiento esté más cercano.
Después, me acicalé cómo corresponde a las situaciones especiales: recreándome, poniendo el mayor esmero y agudizando el espíritu. Me gusta saborear los buenos momentos desde antes que empiecen. Es como asentar bien los pies en el suelo, tomar conciencia exacta de la trascendencia de la ocasión.
Y así, acompañado de las mejores personas posibles -los míos-, acudí al encuentro con los compañeros de trabajo para festejar mi jubilación. Hace ya casi dos años que dejé las aulas pero la dichosa pandemia… Un homenaje grupal. En este tiempo nos hemos juntado tres: Lole, Florencio y yo. Ambos inmejorables compañeros.
Encuentros, abrazos, calor afectivo, amistad, brindis, risas… Así fueron brotando los recuerdos con cada palabra, bocado y sorbo de vino. Llegado el momento, con intimidad no compartida, pasé lista a los que se me fueron. Sin su cariño, estímulo y apoyo nada hubiera sido igual. En mi interior brotaron lágrimas invisibles, de las que nacen y permanecen eternamente en mi corazón. Luego sentí añoranza por los compañeros de trabajo que también se marcharon… La vida.
Y tras reconciliarme con las ausencias, levanté la cabeza y tropecé con las sonrientes miradas de los que sí estaban… Y me alegré, y sonreí, y me reconforté con la presencia de todos, y me sentí inmensamente feliz…
A lo largo de la jornada, me dijeron tantas cosas bonitas… Quise pensar que la amistad y el tiempo concede a la gente capacidad para olvidar los errores, las equivocaciones y los malos momentos que, seguro, hubo. Solo quisieron recordar momentos dulces. ¡Qué encanto de personas!
Es verdad que en el ámbito educativo -también en la vida- cualquier situación que se nos plantea con alumnado, padres, compañeros o Administración la podemos afrontar de formas diferentes: unas esclavizan, rompen, corroen y mutilan; otras, en cambio, tonifican, reavivan, estimulan y liberan. Yo me alié siempre con las segundas. Y me ha ido bien, he sido feliz. Me ha permitido conocer y rodearme de personas maravillosas a las que guardo respeto, afecto y cariño. Y no lo hice yo solo, lo sembramos juntos -hilos invisibles que se tejen entre las personas- y ahora seguimos esforzándonos por mantener y reforzar. En algunos casos, se ha forjado una amistad inquebrantable.
En esta nueva etapa de la jubilación -sin perder de vista que desemboca en la vejez- sigo aprendiendo. Cultivo la sencillez, voy reduciendo el equipaje, cada vez tengo menos necesidades, procuro elegir en qué emplear mi tiempo y energías, me procuro paz interior, voy eliminando el ruido mental, vivo más en consonancia con mis sentimientos… Y todo esto viene a ser algo así como dar al corazón cuantas más satisfacciones mejor, sin molestar a nadie. Este aprendizaje no es fácil. Pero estoy en el camino.
La alegría puede llegar a envolver tanto que consiga, incluso, que se olvide realizar una fotografía de grupo. Pero no es necesario, yo los llevo grabados en un lugar imborrable de mi corazón. Y por todo ello les doy uno a uno, una a una, mi más sincero agradecimiento.
Y también a la vida…