Es una comarca con suelo pizarroso, árido y pobre, que esconde tesoros en sus entrañas. Su paisaje es duro: huele a miseria y mineral. Su territorio lo ocupa gente humilde y hacendosa que, en un entorno hostil, se entrega a las actividades agropecuarias mientras ve como, desde tiempo inmemorial, despojan a su tierra de los preciados metales. A cambio, gozan de un puesto de trabajo cuando el precio del cobre permite grandes beneficios a las multinacionales del sector.
En la piel de esta tierra están marcadas las heridas: balsas y escombreras de estériles, ríos con colores únicos, escasa vegetación, afecciones en la salud de sus gentes…
Pero la sabiduría popular es capaz de transformar tanta adversidad en fiesta, devoción y cante. Y así, con la mediación de la religiosidad popular, mantienen tradiciones en las que imágenes y creencias reviven cada año colores, danzas y músicas. Y cantan el fandango como en ningún otro sitio.