Hace una par de días, a propósito de mayo, -mes alegre, el de María, con sus romerías y fiestas, en el que la Naturaleza revienta los campos-, recordé los primeros versos de un antiguo romance:
.
[316]
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor, (…)
Pero en medio de tanto derroche de luz y explosión de colores, desde la oscuridad del presidio, el prisionero se consume en la tristeza y soledad:
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son, (…)
Y hasta la oscuridad de la lóbrega mazmorra, llega la Naturaleza ofreciendo al preso un reloj que anuncia el alba:
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Tenue esperanza en forma de canto, único vínculo con el mundo exterior. Pero habla en pasado y al ánimo del hombre asoma el desconsuelo. Luego, se torna en desesperación:
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.
Cuanto dice y cuantos interrogantes plantea.
Me fascina la sencillez de la literatura antigua, la que se escribía a mano, sin letra de imprenta. Y sin imprenta, claro. Con que brevedad y claridad muestran los sentimientos más profundos.
Dejo aquí la versión cantada del Romance del Prisionero (anónimo del siglo XIV) en voz de Joaquín Díaz.