MIENTRAS TE CANTO UNA COPLILLA (5)

Cuando voy andando al instituto, suelo pasar junto a ella. A sus pies, nunca faltan flores. Siempre frescas, gente anónima las lleva. Es frecuente ver a alguien frente a ella. No sabes con exactitud que dicen sus labios, pero, aún desde la distancia, adivinas qué están haciendo: antes de volverse, se santiguan.

La imagen, de 2007, es del escultor valverdeño Laureano Mora Cuajares. El espacio abierto en el que está situada, rodeada de césped, la engrandece. Pero nunca lo suficiente para arrimarse a lo que representa su imagen y congregación para la gente de Valverde.

Nació en Sevilla (1846-1932) y entregó su vida a la fundación de una congregación religiosa llamada Compañía de las Hermanas de la Cruz, dedicada a ayudar a pobres y  enfermos. Y ahí sigue, extendida por medio mundo, con la incondicionalidad de quien se entrega a Dios.

A las Hermanas de la Cruz de Valverde se las puede ver por cualquier calle a pedir o a dar. Hábitos que verlos dan calor, en invierno y en verano. Tras ellos, siempre una sonrisa.

Y cantan. Hay dos momentos que me ponen la piel como púas de erizo: una es en Navidad, cuando los Reyes Magos llegan a su convento y desde el coro de la capilla, ellas, en adoración al Niño, cantan hermosos villancicos; la otra es cuando la Hermandad del Rocío, al regreso de la peregrinación anual -que de no ser por el dichoso coronavirus hubiera sido esta tarde-, pasa junto a las tapias de su convento y cantan su salve al Simpecado. Sublime. Aquí te la dejo. Escúchala.

Te recomiendo que, si puedes, lo vivas el año que viene.