A pesar de su apellido –Franconetti era hijo de un militar italiano, antiguo jefe de la Guardia Valona que se casó con una alcalareña-, nació en Sevilla. Parece que no está clara la fecha de su nacimiento: Demófilo, al realizar su biografía, lo sitúa en 1831, pero investigadores posteriores lo sitúan en fechas distintas, aunque próximas a aquella.
Siendo pequeño, su familia se trasladó a Morón de la Frontera, donde su padre regentó una sastrería. Él, mientras aprendía el oficio, gustaba frecuentar las fraguas de los gitanos, oír sus cantes y empaparse de sus sones. Especialmente le influenció el conocido cantaor El Fillo, un gitano de Puerto Real citado por Gustavo Adolfo Bécquer al describir una escena sevillana:
«Sólo, lejos, se oyen, el ruido lento y acompasado de las palmas y una sola voz quejumbrosa y doliente que entona las coplas tristes o las Siguiriyas del Fillo».
Silverio Franconetti fue un hombre polifacético. En su juventud, en Sevilla y Madrid, se dedicó profesionalmente al flamenco, haciendo popularizando la siguirilla de Silverio, quizá asentada en los lentos, tristes y dolientes toques que le imprimía “El Fillo”, que citaba Bécquer.
Pero Silverio era un espíritu inquieto. Buscando fortuna, en 1855, decidió hacer las Américas. Alli, fue picador de toros en Argentina o militar en Uruguay, antes de regresar a España en 1864.
De vuelta, se reencontró con en el flamenco, dirigiendo y fundando cafés cantantes, actuando en ellos y contratando a otros artistas para sus locales. Silverio realizó su actividad, principalmente, entre Sevilla, Jerez de la Frontera y Cádiz. Pero, al margen de sus aventuras empresariales, su principal aportación fue sacar el arte flamenco de su humilde entorno social original -de los patios de vecinos y corrales- y llevarlo a foros distintos, popularizándolo. En 1866 Silverio llegó a actuar en Madrid ante la corte de Isabel II.
En su etapa sevillana (1870-1886), dirigió el salón El Recreo y, luego, asociado con Manuel «El Burrero» y Frasquito «El Manga», amplió el local y lo rebautizó como «Café de la Escalerilla». Más tarde, tras romper con sus socios, en 1881 fundó el Café de Silverio, en la calle Rosario, un local que pronto se convirtió en punto de referencia del flamenco y lugar de reunión de lo más granado de este arte a finales del siglo XIX: D. Antonio Chacón, La Serneta, Francisco Lema «Fosforito», Miguel Macaca, Dolores «La Parrala», La Mejorana… Acabaron diciendo de él que, siendo payo, entendía los cantes gitanos mejor ellos mismos.
Cuentan que dada su corpulencia –pesaba más de 150 kilos-, a su muerte -en Sevilla, 1889, en el tercer piso de una de las esquinas de la Plaza San Francisco-, la caja no cabía por la escalera y tuvieran que avisar a una empresa dedicada a la venta y suministro de pianos, acostumbrada a subir y bajar los pesados y voluminosos instrumentos por los balcones, para que se hiciera cargo de la operación.
Anoche, en el incomparable marco del Castillo de Niebla, me dejé atrapar por este Silverio y gocé con la aproximación a la raíz del flamenco, que en el XXXIII FESTIVAL DE TEATRO Y DANZA “CASTILLO DE NIEBLA” presentó el Ballet Flamenco de Andalucía con el espectáculo …Aquel Silverio, una “…fantasía coreográfica, musical y flamenca (…) de la recreación literal de épocas y de la creación teatral y coreográfica de la biografía del genio sevillano”.
Os la recomiendo. Una gozada.