Negro, rojo, amarillo, azul, violeta, blanco, verde… Por nuestra forma de ser y enfrentamos a los retos que permanentemente nos plantea la vida, a cada persona nos podrían asignar un color. Ocasionalmente, también a nuestro estado de ánimo; a veces, cuando aparecen situaciones en las que compiten corazón y razón, puede decantarse tomando tonos raros o destellos iridiscentes.
A mi me gusta el verde. Porque yo sé que la esperanza tiene alas y, cuando las despliega, siempre hay un momento en el que permite competir con el destino. No sólo ayuda a llevar mejor la carga, también a liberarse se ella. Y, siempre, ofrece un instante en el que hace que nos sintamos plenos, en el que nada ni nadie puede vencernos.