Cuenta la leyenda que durante la ocupación musulmana de Tavira, existía un rey moro cuya hija, de extremada belleza, se llamaba Ségua. Por la misma época, en los reinos cristianos del Algarve, había un joven y apuesto caballero llamado Gilao. El caballero Gilao y la princesa Ségua se conocieron y ambos se enamoraron perdidamente el uno del otro.
Siendo tiempos de guerra entre ambos reinos y ocupando cada uno de ellos los territorios de una de las márgenes del río, los amantes sólo podían verse en secreto y de cuando en cuando. A hurtadillas y a través de sirvientes iban amasando cada encuentro que se producía de madrugada y siempre en el antiguo, hermoso y único puente que unía las orillas del río.
Al punto de amanecer, tras compartir caricias y abrazos en uno de sus encuentros, la pareja fue descubierta desde ambos lados del puente. Aterrorizados por las consecuencias de ser acusados de alta traición y tras jurarse amor eterno, pusieron fin a sus vidas.
La princesa Ségua se tiró al río por el lado aguas arriba del puente (montante), mientras el caballero Gilao lo hizo por el otro lado (jusante). Sus cuerpos nunca fueron encontrados y cuenta la leyenda que, cada noche, siguen encontrándose y sus almas navegan juntas por el río.
Esta es la explicación de que el mismo río tenga dos nombres: Ségua en el lado naciente y Gilao desde el puente hacia el mar. Gilao y Ségua son las mismas aguas y Tavira el fruto de su amor.
No es un puente de mucha altura. Nosotros paseamos por las calles de Tavira, cruzamos el bello puente y, luego, dejamos que la cámara recogiera el momento.
La estancia en Tavira y la leyenda que te cuento me dejaron un agradable regusto. Por eso, en vez de un romántico y pausado fado, te propongo este «Desfado» de Ana Moura.