El verde plata va inundado los ojos hasta hacerme sentir el esfuerzo, tesón y grandeza de la mano del hombre.
En unos casos son los robustos troncos, anclados a la tierra y modelados por fríos, lluvias y soles que dan sentido al paso del tiempo. Desprenden quietud, armonía, solvencia. En otros, son olivares nuevos, alineados y ordenados, afanados en buscar el limpio celeste del cielo como si intentaran renovar la esperanza es una naturaleza que se escapa.
Ayer en Montoro, antes de llegar a Jaén, desde el hermoso mirador de la Taberna Casa José en la Plaza de San Bartolomé -si puedes ir, hazlo y pídete una mazamorra- empezamos la comida con una degustación de aceite. Y uno tiene la sensación de que allí, al mojar el pan, se condensan sabores únicos y la sabiduría de esta Andalucía nuestra.
Ya sé cómo está este año el precio del aceite y otros productos. Me tienta hablar del asunto. Pero no es el momento. Mejor me voy por los Cerros de Úbeda.
La belleza de este paisaje me hechiza.