85_Cuaderno de notas. La gente de Encinasola de los Comendadores.

Después de pasear, fotografiar y empaparme de los rincones, edificios y sentenciosos silencios que gritan, allí estaba, en el centro de Encinasola de los Comendadores, el lugar desde el que, parece, hace más de setecientos años llegó la gente encargada de construir el castillo y repoblar la otra Encinasola, la de Huelva, para reforzar la frontera.

Allí estaba yo, un marocho agradecido, fascinado por la huella que me legaron generaciones anteriores. Allí estaba, buscando con interés algún indicio que justificara un pasado común. Y, créeme, los percibí en el aire aunque no fuera capaz de identificarlos. Yo esperaba encontrar gente que me dijera… Pero ¿dónde la localizo…?

Entré en el bar la Copa, el único en todo el pueblo. Un espacio de unos tres por ocho metros, con un mostrador en un lateral y cuatro mesas. No esperaban visita. Saludé, me acerqué a la barra y, tras dejar sobre la barra la cámara fotográfica, me quité el sombrero, miré a las diez personas que se encuentran allí -una mujer y los demás hombres- que tras devolverme el saludo, quedaron en silencio observándome. Esperando que dijera algo. Les sonreí y, simplemente, digo «Hace un poquito de calor por aquí…» Se desvanece la tensión, varios contestan a la vez con amabilidad sobre el calor que hace y, como es lo que está bebiendo todo el mundo, pido dos botellines de cerveza Estrella Galicia. Uno para Esperanza y otro para mí. La tomamos como los demás, sin vaso. Está buena. Luego, vuelvo a dirigirme a ellos:

– He estado en el ayuntamiento, pero está cerrado…

– Es que solamente abre tres días a la semana, pero si quiere usted algo, yo soy el alcalde –me dice uno de ellos.

Me presenté, les dije de dónde iba e iniciamos una conversación de más de una hora. No conocen su historia antigua: «esas cosas son para los de Salamanca«, me dicen. Luego repasamos las fiestas -las de las Madrinas, en agosto-, el folclore -no tienen propio salvo el de la flauta y tamboril típico de toda la comarca charra-, las actividades laborales -se limitan a la ganadería, sobre todo la bovina-, de la gente que vive en el pueblo y las razones por las que cada vez hay menos -de los que están en el bar todos están jubilados menos uno-, de sus formas de vida, de sus viviendas, de su lleísmo -«aquí hablamos todos así», dice alguien-, de porqué no hay escuela -solo hay un niño, que va en transporte hasta Vitigudino diariamente-, del Centro de Salud, al que solo viene un médico dos veces a la semana –¿para qué va a venir si está ahí toda la mañana sin hacer nada?, justifica el alcalde-, de sus costumbres… 

Sus rasgos son como los de los marochos. Percibo gente honesta, honrada, trabajadora, humilde, ajena al mundo exterior, hecha al terruño, generosa… A las dos de la tarde, con el «interrogatorio» agotado, les digo:

– Y si ustedes tuvieran ahora que comer por aquí ¿dónde irían?

– Por eso no tienen ustedes que preocuparse: se vienen a mi casa -dice el alcalde.

Y yo me siento profundamente agradecido y emocionado. «Esta gente, hace que me sienta como en casa», digo para mis adentros. Pero, aunque insiste, nos vamos a comer a Barruecopardo, a unos diez kilómetros de allí. No me dejaron pagar los botellines. 

El grupo La Contradanza empezó en 1988 con el propósito de mantener y transmitir la cultura tradicional salmantina a través de nuestros cantos y bailes populares. Escuchalos aver si se te pega algo al oído.