69_220225_Cuaderno de notas. A propósito del antruejo…

En mi mesita de noche siempre hay un par de libros en los que me refugio cuando ando intranquilo. Por lo general consiguen apaciguar las tinieblas del alma y prepararme para el sueño.

Por fortuna esto ocurre muy de tarde en tarde. Pero yo sé que los libros están allí, reposando, esperando pacientemente a que, llegado el momento, me embelese en su lectura y templen el ánimo. Los abro por una página al azar, y leo. No creo que haya pastilla más reparadora. Eso hice la otra noche. Leí esto.

CXXVI: CARNAVAL.

¡Qué guapo está hoy Platero! Es lunes de Carnaval, y los niños, que se han disfrazado vistosamente de toreros, payaos y de majos, le han puesto el aparejo moruno, todo bordado, en rojo, verde, blanco y amarillo, de recargados arabescos.

Agua, sol y frío. Los redondos papelillos de colores van rodando paralelamente por la acera, al viento agudo de la tarde, y las máscaras, ateridas, hacen bolsillos de cualquier cosa para las manos azules.

Cuando hemos llegado a la plaza, unas mujeres vestidas de locas, con largas camisas blancas, coronados los negros y, sueltos cabellos con guirnaldas de hojas verdes, han cogido a Platero en medio de su coro bullanguero y, unidas por las manos, han girado alegremente en torno a él.

Platero, indeciso, yergue las orejas, alza la cabeza y, como un alacrán cercado por el fuego, intenta, nervioso, huir por doquiera. Pero, como es tan pequeño, las locas no le temen y siguen girando, cantando y riendo a su alrededor. Los chiquillos, viéndolo cautivo, rebuznan para que él rebuzne. Toda la plaza es ya un concierto altivo de metal amarillo, de rebuznos, de risas, de coplas, de panderetas y de almireces.

Por fin, Platero, decidido igual que un hombre, rompe el corro y viene a mí trotando y llorando, caído el lujoso aparejo. Como yo, no quiere nada con los Carnavales. No servimos para estas cosas…

Platero y yo. Juan Ramón Jiménez.