Los cultos y actos alimentan el espíritu religioso pero, además de la fe, elemento esencial, el sentir romero de un pueblo tiene una componente tradicional que se asienta en razones amasadas en el tiempo por generaciones anteriores. Cada pueblo siente veneración hacia sus advocaciones porque sus gentes, agradecidas por su intercesión en alguna situación crítica, sienten la necesidad de recordar aquellos acontecimientos, reafirmar la devoción y reconfortarse en su divina protección.
De antiguo, una de las formas de canalizar la religiosidad popular y aglutinar la identidad colectiva era el patronazgo. Con él, cada año, un pueblo ratifica su fe conmemorando y festejando su día. Si la imagen se encuentra extramuros, el desplazamiento y regreso de la imagen a la población es una peregrinación. Esa que ahora asimilamos a romería.
De forma general, la romería consiste en una o más jornadas de campo en torno a un santuario o ermita, cuyo objeto es trasladar una imagen religiosa desde la población. La ermita es la referencia y para llevar la imagen religiosa hasta ella es necesario recorrer un camino. Sobre estos tres elementos discurre el hecho festivo, los rituales y la espiritualidad de una romería.
El patronazgo de la Virgen de Flores de Encinasola se conmemora desde hace siglos. En las Reglas de Constitución de la Hermandad de Flores de 1585, el capítulo 3 dice “Que cada año se celebre una fiesta el lunes “cuasimodo”, como es costumbre, acompañando los hermanos a la cruz en procesión hasta la ermita, donde se haga misa y sermón y de allí vuelvan acompañando la cruz, todo con mucha devoción.” Es decir, ya entonces se iba a la ermita y, allí, el «Lunes Cuasimodo», se veneraba a la Virgen y se la honraba con festejos.
De entonces viene. Y seguimos. Este fin de semana es la Romería de la Virgen de Flores de Encinasola. Me gusta mirar atrás, adentrarme en las raíces, hurgar en las entrañas y sentir que ahora, los que vamos, renovamos nuestra fe y tradiciones.
Nos esperan unos días entrañables. Todo el que quiera, puede compartir nuestra dicha.
Y le cantamos, claro, recordando a nuestros mayores.