De antiguo en Encinasola, desde el 20 de enero que se iniciaban Las Correderitas, de día en día, a medida que se iba acercando el Carnaval aparecía el tono satírico y se creaban canciones cuyas letras recogían los acontecimientos del último año. La mayoría de las pandillas abandonaban el lugar habitual de reunión y se iban desplazando por las calles, cantando y bailando. Se formaban las comparsas, las murgas…
La evolución de La Correderita al Carnaval suponía una transformación de dos modos festivos diferentes. Se iniciaba como la fiesta del amor, la alegría, la ternura e inocente gozo, para culminar en la de la mascarada, jolgorio y bullicio.
Durante este periodo transitorio, dos costumbres discurrían paralelamente hasta desembocar en el Carnaval: los cacos y las pegas.
Los cacos eran bromas que consistían en tirar en las casas de los demás algún tipo de objeto o materia que provocase la ira de sus ocupantes. Normalmente eran niños que, en grupo, amparados en el anonimato y la oscuridad de la noche, abrían la puerta de la casa elegida y, tras tirar dentro cualquier cosa que irritara a sus habitantes (bombillas, botellas llenas de ceniza…) gritaban “caco”, y corrían a ocultarse y a esperar la reacción. Carreras, griterío, burlas… La broma -por nombrarla de forma generosa-, cuando se repetía varias veces en la misma casa, conseguía enfurecer a los dueños de forma insospechada. Claro que, cuanto mayor era el enfado y la crispación causada, mayor el regocijo y diversión de los niños, que ya se cuidaban de que no se les cogiera.
Me contaba la gente mayor que esta costumbre marocha fue prácticamente erradicada a partir de 1937. Luego, durante los años sesenta del siglo XX, reapareció hasta desvanecerse definitivamente. Por suerte.
La pegas -quizá la versión femenina de los cacos- eran bromas similares, pero muy diferentes: no se ensuciaban las paredes, ni el suelo, ni los enseres próximos a la entrada. Consistían en vociferar en la puerta de la casa señalada un ripio, una expresión que pretendía molestar y ofender, pero sin mucho fundamento. Unas se repetían cada año y otras se creaban para la ocasión. Vamos con algunas de ellas.
Esta primera se dirigía a mujeres que tras varios años de matrimonio aún no tenían hijos:
Tienes pasito corto: se te nota en el andar;
no tienes hijos porque estás amachorrá.
Ésta, donde había solteronas:
¿Qué coño pasa en esta casa, que ninguna puta se casa?
Otra, después de llamar a la puerta de la casa:
– ¿Quién es?
– Menea el culo y ven a ver.
O ésta otra:
– ¿Se puede?
– Adelante.
– ¿La camisa de usted tiene volantes? ¿Y los calzoncillos de su marido, tienen tirantes?
En la antesala del noviazgo, con la intención de despertar la incertidumbre en los padres de la moza, la pega podía ser:
“Aunque comas pan y pasas, con Juanito no te casas.”
Las pegas se improvisaban, surgían de la ocurrencia del momento y en la mayoría de los casos eran personales. Si resultaban certeras, molestaban a unos y gustaban a otros, corrían de boca en boca.
Una más:
Tú gorda y tu marido delgao: ¡pum pum bacalao!.
Y así, entre las canciones de Las Correderitas, amoríos, cacos, pegas y la preparación de las murgas y disfraces, se iba preparando en Encinasola el Carnaval.
Tras esta parrafada -que a muchas personas no interesará lo más mínimo y a otras sí- y suponiendo que llegaste leyendo hasta aquí -soy consciente de que me atribuyo el beneficio de la duda, con poco fundamento-, te dejo con Jarcha y su Carnavalito.