Es una ciudad apacible, coqueta, de jubiloso y bello casco antiguo. Las calles principales están porticadas y tienen suelos revestidos de grandes, desgastadas y acogedoras placas de mármol de color salmón y negro. Las proporciones,sus detalles arquitectónicos, rincones, el verde norteño de sus plantas, el ambiente… Todo representa un marco acogedor y entrañable en Avilés.
En cualquier momento te sorprende una casona o palacete -casi siempre con palmeras y grandes hortensias en sus jardines como seña de identidad- de aquellos indianos que volvieron ricos de las américas. Estos edificios son vestigios de un pasado glorioso, no demasiado lejano, que dejó esencia de sosiego y calma.
Se abre al Cantábrico por la ría, con aspecto reconvertido de aquella industria oscura, de humos negros y espesos de mediados del siglo XX. Ahora, el paseo fluvial ha cambiado el traje industrial por el de marinero y la innovadora intervención de Niemeyer, de construcciones atrevidas y provocadoras, ofrece un descarado contraste con las chimeneas de las industrias y el refinado centro histórico. Estas edificaciones tan modernas en medio de una estructura urbanística tan clásica, no deja a la gente indiferente: o te gusta o no te gusta. Es algo así como las Setas de la Encarnación.
¿Comer? No, lo siguiente. ¡Como se cuidan! ¿Beber? ¡Que manera de apreciar los buenos caldos! No es necesario citar sidrerías, bodegas, ni restaurantes. El centro es un lugar con opciones de todo tipo. Se degustan sabores a conciencia y se cambia de sitio sin prisa. Un marco tan placentero, ligado a la sabiduría popular, que te envuelve en un ensimismamiento que te hace creer estar en el paraíso, que dicen, con razón, es Asturias. El encantamiento termina cuando vuelves y subes a la báscula.
Lo mejor es su gente. Toda, pero especialmente María José y Paco. Tanto y tan bueno nos dan, que cuesta venirse. Gracias.
Cada vez que hemos ido al centro de Avilés cruzamos el majestuoso Parque de Ferrera. Amplio, bello y tranquilo. Es el pulmón del centro de la ciudad. Por una de sus entradas, leí un grabado sobre el suelo: «Sueño con perder la compostura en un sueño que tú soñaste». Y yo recordé a Patxi Andión: María.