Decía el historiador francés Pierre Vilar, que al hablar de fronteras debía distinguirse entre quienes las hacen y quienes las sufren. Unos y otros, no suelen ser los mismos.
En la cicatriz que divide la Península Ibérica, La Raya, de los 190 kilómetros correspondientes a la provincia de Huelva, 115 se sitúan en «zona húmeda» (51 navegables en el Guadiana y 64 no navegables en el Chanza), mientras que los 75 restantes discurren por «zona seca» hasta encontrarse con el río Ardila, al norte, en el limite con Extremadura.
En la zona seca existe de antiguo dos pasos fronterizos: Rosal de la Frontera con Vila Verde de Ficalho y el de Encinasola con Barrancos.
En la zona húmeda, hasta hace tres días como quien dice, no se había construido ningún puente. El próximo a Ayamonte, de majestuoso porte, es de 1991; el de El Granado a Pomarão de 2008; y el de Paymogo a São Marcos de 2012.
A pesar de ello, los vecinos de una y otra orilla siempre estuvieron comunicados mediante el transito fluvial entre Sanlúcar del Guadiana y Alcoautim y, desde luego, entre Ayamonte y Vila Real de Santo Antonio, con aduana y ferri incluido.
Al margen de aduanas, antes de la «reciente» apertura de la frontera en los años noventa, la gente siempre la ha cruzado. Por múltiples razones que no es el momento de analizar, los habitantes de La Raya, ante la necesidad, desobedecían el «bando» que les prohibía pasar, dando lugar al «contra-bando». En la zona seca y en la húmeda.
El cinco de enero de 1985, Juan Flores, contrabandista de marisco, murió de dos tiros de la pistola del guardinha Nunes, junto a la población portuguesa de Castro Marim. Cuatro cajas, unos dicen que de langostinos y otros de cigalas, tuvieron la culpa. Tenía 35 años y estaba casado. Dejó mujer y dos hijas.
El cadáver lo llevaron a la morgue de Castro Marim. Allí permaneció -los papeles, la burocracia…- hasta el nueve de enero. Durante esos días, todo el tiempo estuvo acompañado, únicamente, por una mujer portuguesa, vestida de riguroso negro. ¿Luto?
Cuando el día nueve Juan Flores fue llevado hasta el ferri para trasladarlo a Ayamonte, no dejaron que la mujer subiera a bordo. Sorprendentemente, cosas propias de contrabandistas, cuando el ferri llegó a la otra orilla, la mujer ya estaba allí esperando. En las fotografías de los periódicos de la fecha, se identifica a esta mujer con la que está en primer plano con un ramo de flores.
Luego se ha conocido que su nombre era Aurora Murta. Pero Carlos Cano la llamó María la Portuguesa en la canción que grabó, un año después, inspirándose en el suceso que, cuando se profundiza en él, muestra muchas aristas.