Allí, en aquel banco, creí estar sentado sobre su historia. Todo cuanto me rodeaba rezumaba pasajes y hechos que se remontaban en el tiempo. Y, como siempre, me acerqué a sus raíces.
A principios del siglo VIII los musulmanes llegaron y conquistaron parte de la Península Ibérica, venciendo con facilidad la poca resistencia de la defensa visigoda. Desde el sur, avanzaron siguiendo la ruta que les marcaban las calzadas romanas. Ya en el siglo IX, la Península estaba dividida en tres zonas: la Marca Superior (cristiana), la Marca Inferior (musulmana) y la Marca Media, una zona de transición.
Lo que hoy es la Comunidad de Madrid constituyó una importante demarcación de la Marca Media, donde, al sur de la Sierra de Guadarrama, los musulmanes levantaron una red defensiva cuyo propósito era detectar las incursiones de tropas castellanas y detener su avance. Estaba formada por una serie de fortalezas entre las que se encontraba Mayrit, encargada de la vigilancia del valle del Manzanares.
En el primer escudo de la ciudad de Madrid, rezaba: «Fui sobre agua edificada / mis muros de fuego son / esta es mi insignia y blasón». Mayrit, en árabe, significa «abundancia de ríos de agua»; los «muros de fuego» hacen referencia a la parte de la muralla que estaba construida con piedras de sílex y, cuando lanzaban flechas sobre ella, saltaban chispas y se incendiaban las hierbas secas que se encontraban a sus pies.
Pues allí estaba yo. Contemplando los muros de sílex, divisando la Catedral de la Almudena y a escasa distancia del Palacio Real, ambos asentados en el interior del recinto amurallado que hace once siglos constituyó el origen de Madrid.
La brisa mañanera que venía de la extraordinaria vegetación de la Casa de Campo y el Campo del Moro, era suave y agradable. Y así, en tan apacible espera e inmejorable compañía, llegó la hora de entrar en la Galería de las Colecciones Reales. Los Austria, los Borbones… Te la recomiendo. Si tienes ocasión, no te la pierdas.
Pero en estos tiempos, si algo identifica a Madrid es la diversidad. Todo cabe, incluso se puede dormir A la sombra de un león.