Dejo atrás Salamanca y me dirijo al oeste por la carretera autonómica CL517. Los primeros kilómetros, tierra llana dedicada al cultivo de cereal. A uno y otro lado, las espigas de los trigales simulan un mar verde en leve calma, que el ligero viento mece cual olas.
A medida que avanzo van apareciendo dehesas destinadas al ganado vacuno y ganaderías de toros de lidia. Pastan plácidamente con envidiable paz aparente.
Esta actividad ganadera requiere poca mano de obra y en el recorrido no aprecio ningún tipo de industria, ni veo polígonos con naves. Solo cada veinte o veinticinco kilómetros aparece una puñado de casas con nombre pintoresco: Villaseco de los Gamitos, Villas de Peralonso, Peralejos de Abajo… No se ven personas y el tráfico es mínimo. Me asomo a la España vaciada.
Poco a poco al paisaje se incorporan algunos robles sueltos; más adelante, muy abundantes presentando un marco de belleza extrema. El manto verde, que a medida que avanzo está más salpicado de rocas de granito que afloran desperdigadas, y los robustos ejemplares de roble, en los que empiezan a despuntar las hojas, moldean un paisaje esplendoroso bajo un cielo claro, virgen.
De cuando en cuando, aparecen detalles constructivos que me recuerda las tierras del sur. Me resulta inevitable hacer comparaciones y pienso en mi entrañable buharda.
Salamanca es provincia de enorme variedad de paisajes. La componen 362 municipios, muchos de ellos muy pequeños. Yo me dirijo a Vitigudino, campo base de las visitas que quiero realizar. Es una población de algo menos de tres mil habitantes, pero centro administrativo de la comarca de Las Arribes. La intención es visitar Encinasola de los Comendadores, San Felice de los Gallegos, Peñaparda, Ciudad Rodrigo y pueblos de la Sierra de Francia. Quiero verlos, pisarlos y, si puedo, tomar datos sobre la ascendencia de los repoblaciones humanas que desde estas tierras llegaron a los pueblos de la Sierra de Huelva y, entre ellos, a Encinasola.
La primera sorpresa que encuentro en Vitigudino es que junto a la casa rural que ocupamos tuvieran la ocurrencia de dedicarme una calle. El grupo que viajamos la descubrimos cuando volvíamos de la cena, que resultó más copiosa de lo aconsejable y convenientemente regada. Entre unas cosas y otras, pusimos un jocoso fin a un plácido día.
Mañana, visitaremos Encinasola de los Comendadores.
Desde la esplendorosa Salamanca hasta aquí, he sentido el vacío demográfico, el abandono de los pueblos y la dejadez de las autoridades para reactivar estas perdidas comarcas. En cualquier dirección que miro solo veo belleza, pero siempre amenazada por el vuelo de enormes buitres que presagian tierras de apatía y desamparo, de despoblamiento total.
Y sin oír noticias, acude la voz de Pedro Piqueras. Escucha esta belleza musical.