Serían las diez de la mañana -en unos sitios algo antes, en otros después- cuando, tras el estridente temblor del suelo, dos enormes olas arrasaron las costas atlánticas de Cádiz, Huelva y Portugal.
Desde Ayamonte hasta Cádiz todas las poblaciones costeras quedaron inundadas. En el interior, el terremoto también causó grandes destrozos en viviendas y edificios. Se cayeron o dañaron torres de muchas iglesias y se produjeron incendios a causa de las velas que en todos los altares estaban encendidas en recuerdo de los fieles difuntos. Era el 1 de noviembre de 1755.
Con el acomodo religioso que el Santo Oficio hacía de cada situación, se conformaron leyendas y rituales que perduran hasta nuestros días. Las santas patronas de Sevilla, Justa y Rufina, sostuvieron con sus manos la Giralda gracias a lo cual no sufrió apenas daños. Desde entonces, la Hermandad del Amparo de Sevilla mantiene “el voto de celebrar a perpetuidad solemnes cultos” en agradecimiento a su intercesión.
En Cádiz, en la iglesia de la Virgen de la Palma, celebraban misa en el momento en el que se produjo el terremoto. Allí, primero se sintió el temblor y luego toda la ciudad quedó inundada. El capellán que oficiaba la misa sacó entonces el estandarte de la Virgen y las aguas se apaciguaron. El salero gaditano lo retuvo en una expresión popular que aún hoy se escucha y cuyo sentido es utilizado para marcar límites: “Hasta aquí ha llegado el agua, dijo el cura de la Palma».
En Encinasola, como en tantos pueblos, la torre de la Parroquia de San Andrés Apóstol se desmoronó. El Arzobispado de Sevilla nombró como maestro de obras a Pedro de Silva para que se encargara de la reconstrucción de la mayor parte de las torres que se derrumbaron en la Sierra de Huelva. De ahí la similitud que tiene la de Encinasola con la de la Purísima Concepción de Zufre o la del Divino Salvador de Valdelarco.
En la Historia de la Parroquia de Valverde del Camino, cuenta Don Francisco Romero que “Valverde, como todos los pueblos de la región, sintió el terremoto pero con menor intensidad, de tal forma (…) que las quiebras y daños fueron mínimos (…). La piedad y devoción de nuestro pueblo al ver que no había daño en las vidas humanas y sólo pocos desperfectos en el templo, atribuyó a la Virgen del Reposo una protección especial (…). En perfecta unión de corazones los cabildos secular y eclesiástico prometieron el 13 de septiembre de 1756, con voto y juramento, celebrar todos los años solemnemente, con misa, sermón, procesión y asistencia de ambos cabildos, fiestas a la Virgen del Reposo el 1 de noviembre, teniéndola como especial protectora de los terremotos (…)”. Y sigue celebrándose cada primero de noviembre el Voto del Terremoto. Un día grande para Valverde, que un año más verá procesionar a su patrona por sus calles.
Y así se podría seguir contando mil historias-leyendas que quedaron atrapadas entre la religiosidad popular y la tragedia. Murieron muchas personas. Especialmente en Lisboa; tal fue así, que le dio nombre: el Terremoto de Lisboa.
Lisboa entonces contaba con unas 250.000 personas y murieron casi 100.000. Derrumbamientos, incendios, muertes, heridos… La ciudad quedó destrozada. Gobernaba entonces en Portugal José I y tuvo la fortuna de contar como primer ministro con uno de los mejores estadistas lusos: Sebastião José de Carvalho e Mello, marqués de Pombal, al que se le atribuye la frase que sintetiza su actuación: ¿Y ahora? Se entierra a los muertos y se da de comer a los vivos».
De inmediato empezó a analizar la situación para reconstruir la ciudad. Elaboró una encuesta que envió a todas las parroquias de Portugal, en la que preguntaba cuestiones tales como si los perros y otros animales se comportaron de modo anómalo poco antes del terremoto, si el nivel de los pozos había subido o bajado en días previos al sismo o el número y tipo de edificios que habían sufrido daños. Estas preguntas permitieron a los científicos portugueses aproximarse a la reconstrucción del terremoto con los medios de la época y esta metodología fue la base del origen de la sismología como ciencia. Luego, el Marqués de Pombal se rodeó de un grupo de arquitectos encargándoles el diseño de Lisboa y de sus nuevos edificios con una clara y determinante directriz: que resistieran terremotos futuros. Probaron distintos modelos, simularon seísmo haciendo marchar a grandes masas de soldados, al trote, alrededor de las nuevas construcciones. Aquellos edificios y plazas siguen en perfecto estado y forman parte del encanto y atracción de Lisboa. Todo un espejo en el que mirarse.
¿Qué te puedo decir de Lisboa? Me encanta. Desde que se encara el puente 25 de Abril para entrar atravesando el Mar de la Paja hasta que lo cruzas de vuelta, todo es entrañable, bello y fascinante. Te cautiva. Pasear por la Alfama y llegar hasta el Castillo de San Jorge para gozar de hermosas vistas desde su privilegiado enclave, subir por el elevador de Santa Justa y contemplar la otra orilla de La Baixa, Chiado o el convento do Carmo, visitar el Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belem, el Monumento a los Descubrimientos y rematar el paseo con un pastel de Belem en la centenaria pastelería -te embriagará el aroma a canela-, perderte entre la gente por la Rua Augusta hasta atravesar el arco y llegar a la Plaza del Comercio, recorrer la ciudad en tranvía y convivir con sus gentes… Y por la noche, cena romántica en cualquiera de los restaurantes en la Alfama o el Barrio Alto y degustar manjares, viño verde y amarguiña mientras te seducen con fados… «Lisboa antigua» de Amalia Rodríguez.